lunes, 19 de noviembre de 2012

Peces de plata

Marco tenía una migraña terrible aquella noche cuando entró a su casa desde hacía cinco días. Parecía mentira, pero aunque todo estuviera igual que lo había dejado fantaseaba con que algo estuviera presente solo que cambiado de lado, como si alguien hubiera estado allí y hubiera luego desaparecido de inmediato, ocultándose debajo de la cama o en un armario. A él no le daba miedo encontrarse con algún ladrón dentro hurtando algún valor o alhaja porque el bate de besibol seguía en pie tras la puerta del recibidor con letras en negro que decían: "Nueva Jersey". Comprado en un viaje de ocio hacía ya algunos años.
Como siempre fue a su cuarto y se quitó el abrigo. El tendedero seguía en su sitio... la terraza y los libros en las tres estanterias Billy que compró por ciento veinte euros en un centro comercial sueco.
Estaba todo en orden hasta que su ojo divisó algo que se desplazaba por la pared. Rapidamente se giró para enfocarlo mejor. Era algo inofensivo para él pero treméndamente dañino para las hojas de papel polvorientas y en esa habitación había un banquete listo para el incómodo inquilino, además, donde hay uno seguro que había más. Ahora parecía mentira pero para un ser tan diminuto el bate no servía como arma. No quería que dejara manchas en la pintura plástica y blanca.
Fue a por papel y cuando lo encerró en la mano apretó con todas sus fuerzas para deshacerse de él. Cuando por fin estaba en el baño y abrío la palma de la mano para ver los restos de color oscuro del insecto tisaruno o Lepisma sacharrina se dio cuenta de que todavía estaba vivo y al ver su inmunidad y resistencia decidió liberarlo... arrojándolo al agua del inodoro. Una vez allí dentro, abajo, donde va lo que no quiere el cuerpo humano, el pez de plata se sintió más libre, buceando con su espalda repleta de destellos grises, casi cristalinos. Se diría que estaba como en casa, pero ¿qué tipo de ser era aquel que era silencioso y se desenvolvía bien en cualquier materia? Las moscas hacían ruido y estaban mal vistas, las cucarachas más de lo mismo, pero este con esa tonalidad y elegancia... uno no sabía muy bien si pisarlo o dejar que campara a sus anchas por doquier.
Al regresar Marco de su ensimismamiento la distracción había huido ya por la cañería buscando la fosa séptica, tal vez.
Y allí estaba. Con un bate de beisbol y un fragmento de papel higiénico arrugado en la mano izquierda sin nada. Los libros, algunos, ya empezaban a perder su forma porque estos bichos vivían de ellos y de la ropa. Todo su afán era desnudar al hombre y desabastecerle en lo que a cultura se refiere. Eran seres especiales... por muy insignificantes que a priori puedan parecer.  

2 comentarios:

Werra dijo...

Pobre animal, que final tan infeliz para un bicho con tan bello nombre. Él que sólo quería comerse tus libros que llevan ahí sin que nadie los mire tantos y tantos años.

Aunque yo creo que te has puesto un desafió con el listón demasiado alto, porque encontrar otro insecto más o menos feo pero con esa maravilla de nombre te va a costar otros 30 years por lo menos. jajajaja.

Muy bueno Sr. Conde.
Un abrazo.

Daniel Atienza López dijo...

La verdad es que tienes razón con eso de ser un animal feucho pero con un nombre tan significativo, porque la espalda les brilla y parecen eso, plata.
He sacao la idea del libro que me dejaste y que también me inspiró para escribir semejante chorradilla, jaja.
De siempre he sentido algún recelo por estos bichos, que vistos friamente no hacen tanto mal. Otro abrazo camarada.