jueves, 1 de noviembre de 2012

De la muerte

Este es un tema tabú, un campo inhóspito para el que escribe. ¿Qué es la muerte? Supongo, que no es final porque en la memoria, no sé de qué modo, se incrustan una especie de recuerdos incandescentes... casi vivos, pero, en cambio, es un adiós para con la persona ya que no se disfrutará más de ella, de su grata presencia y obligada porque el vivir es indicativo de que durante un gran periodo de tiempo uno va a poder contar con cualquier familiar; la práctica es así, nos lo autoimponemos sin querer como si fuéramos dueños del tiempo, de él nada menos. Pero de repente no es el paisaje cómo se esperaba. Nos cambian una ficha y ya se estropea todo el puzzle; y con razón.
La verdad es que aunque no sea un tema grato yo conocí a cierta persona que supo engañar parcialmente a la muerte, como el cuento árabe de los espejos. Ese que escondido y haciendo un ángulo determinado tras el reflejo de la muerte, ella misma se convence de que en la habitación no hay nadie y se va con las manos vacías.
Le llamaban "El Tragón"; no sé muy bien todavía el motivo. Desconozco si era porque comía demasiado para una España de racionamiento, pero no tengo la más remota idea. La verdad es que he intentado indagar, pero nadie ha sabido darme un dato acertado. Resulta que Rafael tenia muchos hermanos, tantos que con él nació un mellizo que vivió más que él... si la memoria no me falla y que tampoco sé ya si sigue en pie. Pero fueron los últimos que quedaron con vida de su familia con lo que ello significa. Lo mismo la tenían jurada y lo tomaron como una competición. A ver quién da más.  El caso es que "El Tragón" fumaba como si sus labios tuvieran que estar siempre en contacto con la nicotina. Dos cajetillas diarias, a veces más, acompañadas de vino y wisky va, vasito viene.
Como de goliardos están los hospitales repletos, este no iba a ser menos y también acabó por visitarlo forzosamente. Allí le dijeron que dejara de fumar y que disponía ya de un solo pulmón funcional, el otro estaba casi enquistado de alquitrán. El susto, juro recordar, que le duraba semana, semana y media. Luego volvía al humo del pitillo y al líquido etílico.
Los conocidos no se explicaron cómo la familia permitía que saliera al bar ese hombre de salud inquebrantable pero rota. Las razones quedaron claras: Quiso morir en la calle. Y fue al aire libre donde una tos, de muy señor mío, le medio asfixió en la puerta del portal de su propia casa. Cuando unos vecinos le socorrieron, casi inconsciente, en el asiento posterior al conductor ahí echó todas las flemas posibles que aún guardaba a lo lejos, en el fondo de su pecho. Nos confundimos hasta en eso... en creer estar en disposición de elegir el sitio donde vamos a fenecer.
En cuanto al pobre Rafael, creo que de aquel vehículo no salió vivo. Y luego cuando mi hermano le dió un beso en la mejilla, si aquello se podia llamar ya carne, de oidas le oí decir que no fue una buena idea, que estaba frío y esa temperatura se había adueñado de él a través de sus labios, como el humo de un cigarro denso y por eso estaba ya pálido, más que un muerto y yo más preocupado que un niño.
Pero, no sé cómo ni de qué manera, hay momentos en los que mi oido, no yo, cree captar su tos, o su carcajada. Juro que la oigo nítida antes de que otra vez deje de sonar y sea mi imaginación o el sueño los culpables de la alucinación. Qué mejor herencia que escuchar una carcajada. No lo sé. 

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