miércoles, 27 de enero de 2010

El fin de mi mundo

El fin del mundo. Esa fue la frase utilizada por la mayoría de los medios de comunicación para referirse al huracán que iba a asolar la costa este de América central, aproximándose a gran velocidad sobre el Atlántico. Trinidad y Tobago sería el soldado en primera línea de batalla. Una isla minúscula para algo tan colosal, la fuerza extrema del viento.
La gente había abandonado ya las calles. Todo había quedado envuelto en un vacío sepulcral. Lo único que quedaba vivo ahí fuera eran las hojas de los árboles, de los periódicos y las bolsas que corrían prestas por las calles. Los pájaros y demás animales también habían huido a algún escondite o volado, sin más, de la isla. Lo más razonable era haber huido con todos ellos, pero el mayor huracán del siglo XXI merecía un asiento en primera fila.
Paul encendió el televisor y se apontocó en su cálido y confortable sillón. Pronto comenzaría su serie favorita en HBO. Cuando empezaba la cabecera era el instante para ir al frigorífico y coger una cerveza; húmeda, resbaladiza y fría. Al regresar decidió asomarse por la ventana a ver si había empezado ya el conciertazo. Los árboles se habían detenido, las calles estaban llenas de basura, el cielo había adquirido una tonalidad gris verdoso; la tormenta estaba a punto de reventar.
Como estaba algo nervioso, Paul se apresuró a tomar asiento de nuevo. Un relámpago, el primero, quebró el cielo. Un ruido electrizante cobró presencia. Parecía como si todos los insectos del planeta se acercaran abatiendo sus alas. Luego vino el trueno, que dio pie al vendaval que aguardaba invisible ahí fuera. Los árboles se doblaban, los cubos de basura recorrían las calles de arriba a abajo; la fuerza del aire empujaba los vehículos, lentamente, sin la resistencia del freno de mano. En medio de la debacle y el ciclón estaba sólo un hombre, el único ser vivo a unos cincuenta kilómetros a la redonda. Los postes de la luz ya se encontraban abatidos en el suelo, cuando el tejado de mi casa, y gran parte de ella, desapareció. Es lo malo de la fragilidad de la rasilla. Un cascote reventó la pantalla del televisor. Se acabó la distracción. El huracán debería estar justo encima. Una bocanada de viento, una mano invisible, se introdujo en lo que quedaba de hogar y le arrebató el peluquín que se alzó por las nubes hasta perderse de vista. Se agarró al sillón para la embestida final, pero la potencia del aire, poco a poco, fue disminuyendo. Cuando sólo quedaba de nuevo el silencio, salió a la calle para comprobar que las demás casas se encontraban iguales o peor que la suya.
Ahí estaba. Incólume y hastiado. En mitad de un vertedero de escombros y sin peluca. La intención del principio no era esta.

2 comentarios:

Ruben Barroso dijo...

¿El colo del suicida? xD

Ruben Barroso dijo...

quería decir colmo XD