viernes, 29 de enero de 2010

La canción

Bueno. Me llamó una vez más y todo con ella me sabe a poco. No llevo la cuenta, pero creo que ya ha venido más a por mi que otras que estuvieron más encima. El otro día, hace meses en realidad, escuché una oración de una letra de Serrat: “Me diste tanto que cabía en la palma de la mano”. La maldita oración es original.
Así que, ahí estaba yo con una Heineken saboreando sus momentos. Con lo difícil que lo tiene para verme y siempre acaba sorprendiendo; esta hada y madre.
Rompo aquí para invitar al vecino de Las colinas; el que tiene una autocaravana, simpatizante de Izquierda Unida, a que ya puede quitar las luces navideñas que tiene en la parcela. No es por ser crítico ni petulante, pero visto positivamente, a este paso, será el primero en recibir la próxima Navidad.
Retomando el tema musical. Recuerdo una habitación en el hospital de Fuenlabrada llena de pacientes muy medicados. Hacía esfuerzos hercúleos por ver nítidamente las fotografías de la prensa del corazón que había en aquella sala de ocio improvisada; la única de todo el edificio en la que está permitido fumar. Leer era del todo imposible. Uno se sentía inútil con las pupilas relajadas. Harto de no lograr nada dejé la revista en la mesa y me hundí en aquel sillón azul marino roído por el tiempo y el roce humano. Un paciente con una medicación más severa que la mía empezó a tararear una melodía e intentaba cantar la letra como si los músculos de la mandíbula y de la lengua estuvieran agarrotados. Debió verme abatido sin nada que llevarme al alma y cuando se cansó preguntó que si sabía alguna letra. Intenté evadirme diciendo que era muy malo para cantar, pero se mostró tan insistente que no me quedó otra; además, ¿Había allí algo mejor que hacer?
Opté por 19 días y 500 noches de Sabina. Me lancé con la gracia que tiene un gallego de Lugo ebrio. No pude decir más que dos oraciones. Para mi sorpresa la letra se había volatilizado. Que rápido se va algo de la mente y cuanto cuesta aprehenderlo (si, con hache). -¿Ya está? Me preguntó el interlocutor vehemente con su cara inexpresiva.
¡Joder! Lo que hubiera dado por recordar la mitad de la letra aunque fuera. Más que complacerle a él, por complacerme a mí mismo.
Así que, creo que deberíamos sabernos al menos una canción entera por si alguien nos señala en una boda o en la despedida de soltero, en una misa (juraría que las plañideras a parte de llorar también entonaban temas tristes), en un cumpleaños, en una reunión familiar o en el peor lugar del mundo. Tener una letra en la manga, al menos, ya es algo.

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