jueves, 3 de diciembre de 2009

Bofetada pictórica

Que se vayan preparando los americanos que anden cerca del Museo de la Universidad Americana de Washington. Fernando Botero, ese artista que se asemeja a Jack Nicholson, acaba de pasar a la historia militar estadounidense. Ha sido el único hombre capaz de lanzar un tomahawk artístico. Nada menos que 79 piezas en óleo, carbón, acuarela y sanguina, que representan el maltrato sufrido por los presos en la cárcel de Abu Ghraib. Ha tenido numerosas trabas para poder implantar su exposición, pero ya está ahí. Botero nació en Medellín, Colombia, en 1932. Su primera exposición fue en la Galería de Leo Matiz. Su pincel está influenciado por los maestros italianos y la paleta bebe directamente del Renacimiento. Es pintor, escultor y los especialistas en arte le llaman maestro. Entre sus esculturas destacan La Dama, La Mano y La pareja entre otros. De sus pinturas resaltaría Matanza, Celestina o La Playa. Su trabajo es reconocible por la característica de deformar el volumen y comprimir el espacio que rodea a sus dibujos. Así, consigue enfatizar el grosor de sus personajes obesos.
Esta última obra expuesta en Washington puede recordar al Tríptico de Francis Bacon que realizó en 1973; curiosamente por la muerte de un ser querido antes de una exposición. Si al colombiano le sucediera lo mismo, dudo que, también, perdiera el control sobre la pintura. Ambas obras reflejan el dolor a través del color. Bacon manchaba el lienzo de forma instintiva, mientras que Botero lo hace siguiendo unas pautas donde la pintura se contiene dentro de las formas vastas de los cuerpos.
La cantidad de republicanos que tendrían que agachar la cerviz ante el cartel publicitario de esta exhibición. No creo que ni al presidente se le ocurra asomar por allí. Es más probable que gente como Al Gore o el actor Tim Robbins acudan al acto. No hace falta ser un experto en arte para leer entre líneas: Botero os muestra Guantánamo.
Volviendo a los cuadros. Tienen cierta perspectiva o profundidad por el recurso señalado anteriormente, comprimir los fondos. Pero esta vez hay una variante; los protagonistas no son los colores ocres, como en su Monalisa, ahora el rojo inunda la acción. La sangre mancha los cuerpos y de ese color es la ropa femenina que los perros de la guerra han usado para humillarles aun más. Las representaciones emiten cierta luz por la calidez de los cuerpos. La proporción está lograda; por eso sabemos que estamos frente a un cuadro de Botero y no de Bacon; donde los trazos eran vertiginosos para desvirtuar las figuras del alemán (considerado inglés) y los personajes muestran una calma inusual para la acción; una vulnerabilidad que sobrecoge. En cambio, en Triptico de 1973 hay violencia tanto en la acción como en los personajes; aquí los protagonistas parecen ser caritativos, llenos de bondad. La composición está en dos planos: el fondo que muestra las rejas de la prisión y la escena de los personajes principales. El mal también es el protagonista, solo que ya no es un murciélago o sombra maléfica como en la obra de Bacon; ahora tiene forma de can y de militar agresor.
En la presentación de la exposición, el artista colombiano dio su opinión sobre el problema que tiene Colombia con las FARC. Se declaró a favor de que las negociaciones de intercambio entre rehenes y detenidos sigan por buen cauce. A veces la política y el arte van de la mano; aunque George Bush no quiera saber nada del tema. Él no es Batman, pero Botero si es Joker.

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