jueves, 3 de diciembre de 2009

Cómo ningunear el arte

Hasta dónde va a llegar la excentricidad. Robert Mapplethorpe, ese andrógino a medio camino entre David Bowie y Mick Jagger, intenta comunicarnos que lo más depravado del sexo, también es arte. Está confundido. Si colocaran a Nacho Vidal en una tarima en el Reina Sofía y nos dijeran que es una recreación del David de Miguel Ángel, nos estarían engañando. Tan sólo lo observarían, una vez descubierto el timo y sin perder detalle, las cuarentonas y cincuentonas enjoyadas con abrigos de piel. Las mismas que deben elogiar a este artista estadounidense. Sus fotografías parecen estar sacadas de los suburbios sexuales más oscuros de Nueva York. Habría cierta comparación con otra forma que si es arte, el body painting; la pintura plástica aplicada sobre la piel que ya se desarrollaba en la prehistoria.
Este método utilizado por artistas como Victor Akishkin y Joachim Gúnther, al menos, tapa lo que enseña Mapplethorpe con colores vivos e imaginativos; aunque la semejanza entre ambos estilos es como comparar a dos erotómanos con un maniaco sexual. Fijaos, incluiría incluso dentro de lo considerado artístico a ese autor de la década de los sesenta que embadurnaba a mujeres asiáticas con pintura negra y las arrastraba sobre un gran lienzo colocado en el suelo. Este hecho me induce a pensar que Marcel Duchamp y Andy Warhol se equivocaban. Por mucho que introduzcas un utensilio en un contexto artístico como un museo, eso no denota que sea arte.
Regresando a Robert. Sus desnudos sobrecogen al espectador porque lo muestran todo, no dan lugar a la interpretación, es un exhibicionista. Formalmente, no hay ni perspectiva, ni composición ni otras reglas básicas que otras obras si tendrían. Al menos, es de agradecerle, que las instantáneas sean en escala de grises y no a color, porque si ya impactan a simple vista, a color te asestarían la segunda cuchillada. Él prefiere trabajar los colores primarios en sus obras de flores. Siempre ha fotografiado a actores pornográficos, músicos, directores y amigos, que le servían de inspiración.
La fotografía Lysa Lyon no es tan violenta como otras imágenes del propio autor. Parece que ella misma forma un cuadro en la pared vacía. Tal vez sea eso lo que nos quiera decir Robert en la obra, aunque lo que desconsuela es lo que nos quiera decir en todas las demás. Estas exposiciones se aceptarían en una ciudad como Madrid o Barcelona que tiene hasta un festival erótico, pero en pueblos de la península como Boiro en Galicia o Lopera y Porcuna en Jaén (no se ofendan los residentes) no tendrían tanta aceptación. El público saldría enojado de allí sin duda; es más, me cabe que hasta ofendido.
Si un artista es tan oscuro por un lado (sexo) y tan impío por el otro (flores silvestres) podríamos pensar que algo no va bien en su testa. No encaja tanta disparidad en su temática por mucho que afirme: “los bodegones y los desnudos son lo mismo”. Si las imágenes no mostraran tanto y dejaran al espectador que participe en la obra, tal vez podría considerarse arte. De todas las instantáneas suyas que he ojeado la que mejor encajaría en un museo es la de la mujer desnuda saliendo del mar o la propia Lisa Lyon. El resto sería carne de videoclub. También hay algo positivo en este fotógrafo, ya que en 1987 creó la RMF (la Fundación Robert Mapplethorpe) una entidad cuyos principios se basan en la fomentación fotográfica y la lucha contra el SIDA. Por lo menos, ya es más de lo que hace Nacho Vidal.

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