miércoles, 3 de marzo de 2010

Carrera contínua

Nunca me ha gustado emplear la palabra footing (piesando, más que pisando). Escribo esto para describir las tres razones que tengo para correr. La primera de ellas es porque me entretiene. Hoy, sin ir más lejos, me ha mordisqueado el gemelo un caniche. Ha habido otras, en las que perros de mayor envergadura me han hecho pasarlas negras, pero sigo ileso. Por cierto, por muy atlético que se esté ellos siempre te alcanzan. Son cuatro patas contras dos piernas.
La segunda es porque una vez pasé junto a la residencia de ancianos y un abuelete se me quedó mirando tras la verja. La vejez debe ser eso. Observar algo que cruza presto y vital tras los barrotes de un tiempo que transcurre en tu contra.
Y la tercera, porque hubo otra ocasión que corría junto a mi padre y nos encontramos con el vecino que tiene otro hijo, más o menos, de la misma edad que la mia. Se llama Daniel y tiene síndrome de Down. Él, al no poder caminar con Dani, le monta en el asiento trasero de su Mercedes grisáceo, que no gris. Siempre con el cinturón puesto aunque vayan muy despacio. Imagino que imaginaba un paseo o un deporte compartido entre padre e hijo, como, en ese momento, lo estaba realizando yo. Me sentí un chaval con suerte. Asique, por esto corro. Porque parezco más libre cuando estoy en movimiento. Porque tiendo a la hiperactividad y eso me calma. Porque, a la larga, soy superficial por rendir culto al cuerpo. De poco interés resultan el fortalecimiento de las paredes musculares del corazón y la apertura de nuevos vasos sanguíneos, que pueden favorecer el rendimiento general.

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