sábado, 6 de marzo de 2010

Las FARC y su jungla


Cuando fui a la Universidad, había una asignatura de los Servicios de Inteligencia. En ella, venían todo tipo de militares, empresarios y especialistas en varias materias de interés general. Uno de los más divertidos fue la llegada de aquel españolito de unos sesenta años, con gafas franquistas y repleto de oros. De un discurso ávido, sacado de una mente sabia que ha palpado los terrenos y experiencias de las que habla.
Lo que vino a contar fueron algunas estrategias militares llevadas a cabo en las guerras, cómo ponían pruebas complejas a los soldados españoles dejándolos a su suerte en un campo para que llegaran en un margen de tiempo concreto a otro punto de interés señalado (afirmaba que ya no se desarrollaban este tipo de ejercicios) y, lo más significativo; el proceso de reclutamiento que llevaban acabo las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).
Llevaban a cabo lo siguiente: (imagino que harán un proceso de seguimiento) los militantes revolucionarios esperan a que llegue la noche. Te asaltan, te golpean (y más si no callas) y te vendan los ojos. Más tarde te suben a una camioneta. Cuando llegan a cierto punto te bajan. No te das cuenta pero estás caminando a través de la jungla colombiana de madrugada. Expuesto a picaduras de serpientes, arácnidos, sapos, mosquitos, alacranes, escorpiones y demás peligros que si se sufren te abandonan ahí mismo y ya trincarán a otro. Tras una larga marcha a jungla traviesa te detienen bruscamente. Te desatan la venda y cuando tus ojos se hacen a la oscuridad, más que a la luz, observas que estás en el borde de una garganta profunda y de la que no alcanzas a ver si la tremenda oquedad tiene fondo.
Entonces dicen: -Si quieres ser un FARC, salta.
El secuestrado, que lleva ya un buen rato con el miedo bien metido en el cuerpo, no lo ve claro y da varios pasos hacía atrás. Con esa respuesta se marchan sin más y te dejan ahí a tu suerte. La gracia radica en que en el fondo de la garganta pasa un río caudaloso que amortigua la caída y del que con un poco de maña se puede salir a flote. Algunos, afirmaba el interlocutor, saltan y ya no salen nunca más.

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