martes, 2 de marzo de 2010

Que no quede títere


“A escribir se aprende escribiendo”. Esta es una de las mejores frases de Ryszard Kapucinski; el mito periodístico fenecido en 2007. Ganador del premio Príncipe de Asturias en 2003; premiado, quizás, por su extensa labor como corresponsal de la agencia PAP entre 1959 y 1981 en zonas de conflicto armado y en países tercermundistas. Autor de obras como Ébano, Viajes con Heródoto, El emperador y La jungla polaca, entre otras; ha sido víctima de la típica biografía vejatoria. Hace bien poco a Clint Eastwood le han zaherido con lo mismo, solo que éste aun está en pie para defenderse motu proprio.
El malhechor con su lengua de porexpan y su mano hueca no es otro que Artur Domoslawski. Este hombre ha escrito Kapucinski Non-fiction. Dicho libro acusa al emblemático periodista polaco de ser colaborador comunista, inventarse hechos para sus crónicas y, de forma secundaria, también se permite desgranar sus relaciones personales.
Quiero incidir en el hecho de que Domoslawski ha sido puesto en entredicho por miembros del Ejecutivo polaco y de la iglesia católica (la que, por cierto, no era seguida por alguien de izquierdas).
Si nos situamos en el extremo, en el presunto caso de que Kapucinski inventara datos para sus crónicas, tampoco sería del todo disparatado. Existen los casos de Sthepen Glass en The New Republic o Jayson Blair en el New York Times. Grandes estafadores de la comunicación, que fueron cazados y represaliados por ello. Pero qué sentido tiene publicar los demonios de una persona cuando ya no vive. Siendo cínico... ¿Por qué no le acusa también de inventarse esos libros tan fabulosos?
Luego está el hecho de tildarle de colaborar con el régimen comunista. ¿Qué es un periodista sino la pluma del poder?
Y lo más jocoso. Escribir acerca de las mujeres, hombres o caniches con los que el autor polaco se acostó. Con esta última acusación se tropieza con la prensa rosa tan alejada de la figura del afectado. Algo que, seguramente, no importaba ni cuando todavía estaba vivo.
Siempre tiene que existir alguien que describa a través de una lengua de trapo por el simple hecho de dar una exclusiva.

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