lunes, 16 de agosto de 2010

Accidente

Los experimentos donde se mezclaban sustancias siempre eran peligrosos. Aun con las máximas precauciones posibles, se podía correr el riesgo que sufrió Clara.
No se imaginaba que ese viernes nuboso iba a ser el comienzo de algo. Hasta la fecha había sido una persona perseverante en la lucha por sus ilusiones, contenta y carismática, exigente y obsesiva. Ese día estaban probando un nuevo fármaco desarrollado a raíz de unos microbios. Se encontraba bien y atenta en lo que estaba haciendo. Si acaso estaba pensando en la cena que iba a preparar cuando saliera del laboratorio. Al estornudar tuvo el cuidado de apartar la jeringuilla, pero al incorporarse se clavó la aguja en la palma de la mano. La notó penetrar, haciendo inútiles el manejo de guantes. El émbolo no se movió pero Clara estaba segura de notar cómo los glóbulos rojos se le espesaban.
Pidió el día libre, excusándose de que se encontraba mal. No dijo a nadie los verdaderos motivos para que no la despidieran. Al llegar a casa se dio cuenta de que estaba empapada en sudor.
Cogió cita para que el médico le mandara pruebas.
No podía sacarse las dudas sobre el germen que había ahora en su cuerpo, probablemente, contaminando no sólo a ella, eso era casi lo de menos, sino al hijo que llevaba en su interior desde hacía cuatro meses.
Se lo contó a su marido, que restó importancia al asunto, igual que obraron sus amistades. La doctora le dijo que estaba bien, una vez hechos las correspondientes comprobaciones de su sangre. Sobre todo le hizo hincapié en que el feto estaba normal y estable, pero ella ya estaba inmersa en una depresión que le obligó a pedir la baja por maternidad antes de tiempo.
Prefería haberse puesto la piel con las terminaciones nerviosas y la grada del revés, antes que soportar ese estado anímico con una personita dentro, ya que, también, se desconocía el efecto inductor de una madre sobre la sensibilidad de un hijo.
Al dar a luz comprobó, que, aparentemente, Jacinto estaba sano, aunque seguía con la descofianza; sospechas amarradas a su médula espinal. Desde entonces arrastró una depresión, que no detectaba ningún análisis. Aquél fármaco tuvo buena acogida aunque la verdadera toxina fuera la autosugestión y el mal hipocondriaco. A pesar de ello, seguía notándose un tanto extraña.
Pero ante los inconvenientes es cuando surge la adaptación más pura y primitiva. Se había convertido en una actriz consumada en el laboratorio cuando operaba con las indagaciones científicas y médicas, ya que las veía como una turbación. Nadie notaba su merma en el ánimo, a pesar de las gotas de aguasal que perlaban su frente la delataban.
No le quedaba otra. La depresión para una empresa puede ser un buen impedimento.

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