sábado, 14 de agosto de 2010

Lento fluir

Existe un lugar radiante y oculto durante el sueño, pero sin caer en él. No está la consciencia de estar despierto con la grava que arrastra la mente, ni la dulzura de una recreación ficticia. Te encuentras ahí, amarrado a un estuario de la nada. No es el limbo ni el parnaso, sino la ausencia de esencia. Lo contraproducente de no existir sería no sentirlo, pero en este estado uno se abandona, mientras percibe ese vacío. El tiempo no transcurre porque la vejez o la adolescencia están diluidas cual cromo septuagenario dentro de un charco. Un ventanal se abre para observar lo que transcurre tras él y lo mejor de no poder actuar es que no hay motivos para ello. Sencillamente hay que disfrutarlo sin esperar algo a cambio.
Una brisa fresca y suave fragmenta tu frente, de medio a medio, para liberarla. De pronto el pijama se vuelve tan ligero que tu piel llega a creer que está descubierta. Los temas más trascendentales se han terciado baladíes. Encima del colchón sólo hay una tarama de células; semen sobre óvulo. La prisión formulada por neuronas no tiene poder en este apeadero sobre el linde del raciocinio.
Pero… ni eso es eterno. Los gallos comienzan a cantar como desde la otra orilla. Recuerda que has sido rio. Rayos de sol empiezan a posarse sobre tus pestañas y éstas transmiten calor a los ojos, ¡¿y qué son esos dos órganos sino las manos del cerebro?!
Para entonces se va volviendo en sí; regreso a lo que no descansa. Las sombras se repliegan finalmente a través de los huecos de los enchufes. La polilla, en busca de lana, escapa del armario, entre una rendija, resacosa de alcanfor y sin su festín. Un nuevo día que sustituye a la noche densa.
¿A qué hay que temer cuando no se ve?

No hay comentarios: