sábado, 14 de agosto de 2010

El mal

(http://www.youtube.com/results?search_query=indice+de+maldad&aq=0) Este enlace muestra el lado más monstruoso del ser humano: sectas, mentes criminales, violadores… Resultará extraño, pero si nos aplicaran ese medidor de perversidad, todos obtendríamos porcentajes de algo que nos sorprendería.
Somos buenos… hasta que se demuestre lo contrario, arremetiendo contra el retrovisor del conductor que no deja de pitarte (en el mejor de los casos). La diferencia entre ellos y las personas “normales” es que nos apoyamos en una pauta o equilibrio. Al traspasarlo es cuando hemos dejado de ser estables.
La perversidad está mucho más en contacto con nosotros de lo que captamos. El amigo del amigo del amigo es un pederasta; otro conocido del primo del vecino es un estafador con una editorial que no cumple lo prometido, el cuñado es un funcionario que roba a los pobres para dárselo a los ricos y así hasta construir una cadena interminable de malignidad.
Lo que ocurre es que nos hemos desenganchado del eslabón más que para la rutina del trabajo, por él: la ruta, los compañeros, el aperitivo, las funciones a realizar por las que se nos contrató… Vamos con una venda en los ojos, como terneros al matadero. Sin embargo, a veces asusta comprobar cómo la corriente de perversidad ronda al acecho rememorando el instinto irracional y animal que nos precede; asaltando el gran malecón de amistad y amor construido antediluviano.
Hace años, no sé hasta qué punto era verídico, alguien comentaba que en Central Park había una columna que marcaba el número de asaltos, robos, violaciones, asesinatos y demás, por cada minuto. Siempre he imaginado la estructura erguida en color negro y con los números, tal y como los de la charcutería, en rojo. También veía a los ancianos paseando con el New York Times bajo el brazo deteniéndose ante las molestas cifras, a los niños en sus monopatines sin percatarse aún del peculiar mundo inhóspito y hostil reflejado en las cifras. Quizás algún policía las observara junto a su compañero mientras degustaban los cafés envasados con sabor a plástico recalentado. Sintiéndose los herederos del planeta ante tanta perversidad. Subestimarían esa partícula corrosiva que ellos también transportan en el interior. La línea que separa el bien del mal (el sí de un no) puede ser tan segura y perecedera como el trazo de un tiza sobre pizarra.

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