martes, 3 de agosto de 2010

Noche sin Gloria

La noche era demasiado cálida. Los gatos se relamían las vibrisas bajo los setos al olfatear a varias gatas en celo que no andaban lejos. Los murciélagos revoloteaban cercando las farolas del paseo en busca de insectos y las cucarachas comenzaban a poblar las salidas del alcantarillado.
A las dos de la mañana se levantó un tanto confuso. Había caído en una modorra densa probablemente por su problema y eso que había mermado con el tiempo. Tras abrir la puerta se encontró con uno de los deliciosos bizcochos de Gloria, que le llevaba para desayunar juntos pero... ¿y ella donde estaba?
No la había oído llamar al timbre, ni al teléfono, durante su trance. Ahora le tocaría disculparse porque se pensaría que le había dado plantón. A esa edad era tan fácil ceder y restarle peso a los asuntos…, pero ella seguía con su personalidad vanidosa bajo una mirada cálida e inocente.
Decidió ir a la nevera para servirse un vaso de ron frío, sin hielos. Mientras observaba los alimentos y bebidas, más por costumbre que por necesidad, se rascó el ancla del antebrazo bastante desgastada por el sol.
Mañana la llamaría y la propondría pasear por El Retiro o tomar algo.
Frente al espejo miró su barba completamente encalada por los años. Buscó vestigios del chaval que fue sin resultado y apenas quedaban ya restos del hombre de mar, que decidió abandonarla por una meseta. Consideró que los que no aceptaban la vejez eran grandes egoístas con miedo a la muerte. "A otra princesa con ese bombón".
Le encantaba mojar el bollo en alcohol, aunque ya le quedaba tan poco ron que se veía obligado a inclinar el vaso para impregnarlo en los restos del licor. Podría vivir el resto de sus días con una dieta que sólo abarcara esos dos manjares.
"¡Qué narices!", Mañana propondría a Gloria una escapada de unos días para montar en barco. Irían a su casa de la costa y sacarían a Salmonete a relucir. Harían una versión edulcorada de Homero en compañía. Y si sucedía como la primera vez, hace treinta y cinco años, que cayó bajo el influjo de la narcolepsia, le diría cómo amarrar la pequeña embarcación al fondo.
Aquella vez fue una suerte que durante el tiempo que permaneció fuera de sí, Salmonete apenas se desplazara de donde estaba. Fue el Atlántico quien tuvo misericordia de un muchacho inexperto que decidió irse mar adentro sin conocer los peligros, ni mucho menos el interno.
Sintió las mismas ganas de desafío, de pelear contra el púgil acuático sin protector vocal. A su edad y con esas.
De momento comenzaría explicándole a Gloria lo que ocurrió anoche y lo que ha padecido hasta ahora.

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