martes, 17 de agosto de 2010

¡Nooo Papá!

Porque no estaba yo ese día que sino…
Mis padres fueron a un centro comercial a pedir presupuesto cuando quisieron hacer una pequeña reforma en casa.
El famoso iba acompañado camuflado bajo unas lentes reveladoras; mi padre le reconoció y como son, más o menos, de la misma quinta y sé que, en cierto modo, simpatiza con él por la “música” (por llamarlo así) o porque el insigne era de los que no se mordían la lengua; pues fue a saludarle.
De haber estado ahí le hubiera persuadido para no hacerlo. Habría arrojado un cilindro de moqueta entre él y Ramoncín. Podría haber fingido una tos incontrolada con babas espumosas para ahuyentar al antiguo cantante. Rodaría por el suelo al estilo croqueta hasta impactar contra el autor de El rey del pollo frito, Chuli y Hormigón, Mujeres y Alcohol, entre otras canciones del rock nacional.
Supongo que estrechar la mano de alguien que ha colaborado con Brian May (y no al revés) siempre merece la ocasión.
A continuación voy a reproducir el diálogo mantenido entre mi progenitor y José Ramón Julio Martínez Márquez (juraría que llevar tres nombres es ilegal, pero lo mismo se puede alegar que el primero ya es compuesto) más o menos como se contó:
Papá: ¡Qué pasa Ramón!
Ramoncín: Nada, aquí, comprando algo.
Papá: Ya no hay nada que merezca la pena en la tele, ¿Por eso te fuiste?
Ramoncín: Sí, la verdad es que ya sólo hay malos productos. Me retiré.
Papá: Bueno, encantado.
Ramoncín: Igualmente. Hasta luego.
Y ahí queda, para la posteridad. Lo que pasa es que en vez de en la televisión prefirió sacar tajada con la SGAE. Pero es un tema tan mareado, que no tengo nada que decir.
Al menos le echó valor y fue natural. Cuando coincidí con Carlos Boyero y me miró tuve la sensación de que me reconocía y fuera a contestar muy borde. Tampoco hubiera sido tan comedido como mi padre. Le habría sacado varios temas cinéfilos más la estúpida pregunta de: “Hombre Carlos, cómo tú por aquí”. Y eso ya era estar visto para sentencia.
La fama parece generar un abismo entre el pueblo y la celebridad, pero, en la práctica, no es así, ni mucho menos. Eso es, en verdad, lo malo de la popularidad, que te sitúa en un pedestal ficticio, porque lo de los autógrafos debe ser un incordio, pero el compartir sociedad con la plebe… será rebajarse demasiado, quizás.

No hay comentarios: