domingo, 14 de febrero de 2010

Carnavales 2010

Fueron Carnavales; uno de los pocos días en los que la gente no va disfrazada. Decidimos ir a una especie de after que hay en Móstoles. Los puertas estaban graciosos anoche y nos dijeron que no se podía pasar. Iba a soltar alguna idiotez, pero no se me ocurrió nada en ese momento, ni tampoco ahora. Nos dejan entrar y nos dan una pegatina para que encontremos a nuestra pareja. Me tocó el coyote, pero no vi a la correcaminos por ningún lado. Tampoco la busqué. Una amiga se acabó tropezando con el compañero y el regalo que les hicieron fue una camiseta del pub, bastante chula por cierto.
La sala comenzaba a rebosar. Los grados suben; etílicos y centígrados. Se producían empujones, pisotones, rodillazos; vino un segurata para pedirnos que quitásemos los abrigos y adornos de una columna luminosa. Si hubiera percheros... y los hay; pero son de pago y siempre están vacíos.
Fui a la barra a por un refresco, deslizándome sobre un suelo repleto de hielos y cristales rotos. Cuando llegué me robaron cuatro euros por veinte centilitros de Coca cola. Navajazo al canto.
En derredor, había todo tipo de disfraces: monjas, el Papa al que le reproché sus creencias porque yo iba de musulmán, comecocos (los del videojuego nada referente a la psique), piratas, enfermeras, policías, egipcias que al ser preguntadas por Nefertiti pasaron de mí, Mochilo, el malo de Saw, gatitas mansas y fieras, vacas, vikingos, homo insapiens (ah no, que eran los seguratas), Pocahontas, Blancanieves sin los siete enanitos (¡arriba Mudito!) y demás personajes que ya no recuerdo.
El pub se seguia llenando; entraban más que salían empujados por el frío. Uno de seguridad, juraría que el mismo de la columna luminosa, se acercó al lado de un chaval que entró sin disfraz para decirle que con la sudadera del chándal no podía pasar. Tiene que doler en el orgullo que entren cuatro soldados de 300 y tu no.
La vegija, a modo de minidiscoteca, también estaba repleta. Los baños eran una marea de orina. Levanto la chilaba para evitar daños. En realidad, los inodoros eran la parte más higiénica porque nadie atinaba dentro. Me quité la barba postiza que ya picaba y chinchaba.
Al salir, me para un desconocido: -¡Hombre, Tomás! Le seguí el juego extrechándole la mano aunque parecía que no iba ebrio. -No soy Tomás.
-Ah, perdona. Parecía que eras el del instituto. Me despedí y me difuminé entre los disfraces.
La noche llegaba a su fin o el alba a su principio y el cansancio asaltaba. No estuvo nada mal la fiesta. ¡Ups! Todavía tengo los ojos pintados mientras escribo esto.

3 comentarios:

Ruben Barroso dijo...

ue hora lo has escrito? Y dí la verdad cuánto bebiste?

Daniel Atienza López dijo...

Possss lo he escrito a las once, más o menos, me acosté a las siete menos algo y... tampoco bebí tanto, XD. Un brazo señor M.

Unknown dijo...

jaja, prometo ke la proxima vez me buskaré aunq solo sea un enanito....:P