miércoles, 24 de febrero de 2010

Cuando estuve en el último trabajo

Ayer petó el aire acondicionado del lugar donde trabajo y encima todas las ventanas estaban cerradas a cal y canto. Llegó un momento en el que me planteé el estar picando una zanja a la sombra antes que estar en una oficina a treinta y pico grados. Teniamos los párpados caidos como si hubiéramos estado consumiendo drogas a destajo, pero no, es increible lo que te hace el aire caliente estancado cuando no repones líquidos. Sobre todo, noté el malestar en mis compañeros que no suelen quejarse. A eso de las cinco y pico se me ocurrío ir a por un refresco; pero nada, me lo bebí casi del tirón y la pájara seguía en la cabeza.
Me metí en Tuenti a olisquear, por duodécima vez, o más, pero no había nada nuevo ni llamativo. Volvi a hacer ronda: El Mundo, El País, La Voz de Galicia.... As y Marca están restringidas (no me pregunteís por qué).
A falta de media hora para salir la jefa nos dijo que para estar groguis mejor que nos fueramos y así es como acabamos en el bar. Ellos cerveza, yo piña y en el medio la tapita con queso o chorizo más los crujientes colines. En la tele estaban echando una competición de salto de trampolín. Una compañera alucinó con el torso de un saltador. Luego se arrepentía: -Buag, es de gimnasio.
Más tarde me fui. Tenía prisa por regresar a casa y hacer algo de carrera continua.
Ayer de camino al curro apareció un anacoreta que parecía un enano de los juegos de rol; calvo, frente marcada, iris niveos (era ciego), las cuencas de los ojos profundas y una barba larga y negra perfectamente recortada. Tocó una canción en la que el protagonista se quedaba ciego de amor o algo así. La verdad es que en los trayectos voy empanao o leyendo, por lo que no le presto demasiada atención. La gente no le dio mucho dinero a pesar de que el enano no llevaba varilla para andar y chocaba, de vez en cuando, la guitarra contra los viajeros.
El más efusivo en el don monetario fue otro anacoreta que iba descalzo con mochila que le introduce unas monedas en su riñonera. Cuando el guitarrista ciego se va, éste le toma el relevo distribuyendo unas hojas en las que pude leer algo sobre la leucemia. Él tiene más éxito que el primero.
Ya en el curro me tomé mi rutinario refresco con tan mala fortuna que en el primer sorbo se me hizo un nudo en el estómago. A pesar de saber que el estiramiento intestinal duraba unos segundos, se me hizo eterno. Un compañero se percató: -¿Qué te pasa Dani que estás morado? Le expliqué lo sucedido sin extenderme mucho en algo tan nimio, como también puede ser el agarrotamiento de la planta de un pie mientras duermes (sucede, a veces, mientras doy la marcha atrás al tener apoyado en tensión el pie izquierdo sobre el embrague) o los de la mandíbula mientras se mastica. Rarezas corporales; qué sé yo. Algo más tarde decido darle a otro compañero más anciano unas palmeras de chocolate: -Agggh, eso es veneno. La verdad, es que tenía razón. Cómo le iba a discutir, si siempre estaba devorando tomates, pepinos, manzanas y demás fruta. Al rato aparece con la media naranja de rigor y me la ofrece como todos los días.
La mástico suvemente para no salpicar su jugo mientras pienso que la mejor fruta es el yogur porque no hay que pelarlo.
El aire acondicionado está arreglado.
Ayer amaneció de nuevo. Caminaba hacía el tren cuando una chica me paró para pedirme unas monedas porque le habían dejado ahi tirada y quería ir a Toledo. (¿Por qué a mi?) pensé. Se las dí y una voz cínica retumbó en mi cabeza: -La has huntado porque era una chica de buen ver, que si no... aunque, esa voz no tenía mucho fundamento ya que en otras ocasiones he dado a más gente.
Ya en el trabajo observé que una chica, bueno una mujer, bueno un pivón, avanzaba hacía mi puesto. Era morena y llevaba el pelo recogido con una coleta. Tenía gafas de sol de esas que te tapan todo el rostro e iba con un precioso vestido azul marino que al estar tan ceñido me hizo pensar en sus probables 90-60-90. Preguntó que quién la podía ayudar con su marcado acento rumano o croata (pronunciando las erres y las eses huecas) que era azafata de vuelo. Me contuve la risa, porque parecía que había dejado el avión aparcado en la azotea y se acababa de bajar de él. Le envié a transportes porque no era de mi sección.
A las siete salgo del edificio. El aire caliente me quema el rostro. Observo los edificios en derredor. Que agobio.
Que suerte tenía cuando podía escribir todo esto.

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