viernes, 5 de febrero de 2010

Londres


La ciudad donde el sol nunca despunta del todo. Tan clásica y sucía como impoluta y moderna. Me sorprendieron los cuervos y su graznido fantasmagórico a lo Resident Evil. Deslumbraron los focos, las chicas guapas y los cochazos de los tontos; los cuáles pegan acelerones para sentirse observados. Que raro; de qué me suenan esos engreidos.
Decepcionó el Soho, que aunque fuera domingo debió estar candente y no de gays. No sé dónde se ocultaron las muñecas que se ven por el día. Heló la brisa del Támesis que calaba hasta el hueso. Una ciudad peculiar donde la comida no sabía a nada, ya sea salada o dulce (me comí un helado descatalogado en España y estaba soso) y dónde las pintas (unidad de medida) podían ser de sidra o de cerveza para bebés (ya que no llevan ni gota de alcohol o eso parecía). Lo que no entendí es cómo se puede emborrachar alguien con semejante aguachirri. Dejé por imposible el evitar acostarme a las siete de la tarde, hecho que jamás había sufrido, y el de interpretar por dónde venían los coches... de ahí algún que otro susto. En cuanto a esculturas y arquitecturas me pareció fascinante todo; Big Ben, London Eye (no me monté por no soportar su lento transcurrir), Oxford Street, El museo británico, Govern Garden, Picadilly, la zona financiera (mezcla de Nueva York y Gotham) y me quedé con ganas de ver los aposentos de Enrique VIII y deseché la visita al barco inglés anclado que participó, por última vez, en Las Malvinas. Me desquité montando en el piso superior descapotable del Original Tour (yo que siempre me reía de los chinos por Madrid) cenando en la terraza a nueve grados y diciéndole a un taxista que conducía como MR. Bean (llegué a pensar que nos ostiaba al bajarnos). Frigo es Wall´s y Lay´s son Walkers (atención a las campesinas que allí son de vinagreta). Fui inglés todo lo que pude en mis posibilidades. Por cierto, como España...
Poco después, El Big Ben señala las cinco en punto de la tarde. Ya es completamente de noche en Londres. La niebla ya ha comenzado a emanar del Támesis y sepulta desde la campiña inglesa hasta Regent Street; la calle más transitada de Europa, según ellos, y donde el capitalismo hace un brindis al sol. Los nativos, por costumbre, ya ni reparan en esa intangible presencia, pero ahí está. Fría y difusa, camufla su perfume añejo y mustio bajo los aromas de los restaurantes hindúes y pakistaníes o de franquicias como Burguer King o McDonald´s. Niebla; la única materia silenciosa y discreta que es capaz de convertir Hyde Park en un cementerio. La superviviente de las guerras mundiales, peste bubónica y al gran incendio, más todo lo anterior, parece marcar el momento del relevo: transeúntes a sus casas, destripador a la calle. La noche de Londres está rodeada de misterio. Parece que hay toque de queda porque los ciudadanos se reducen al menos un tercio de los que hay durante el lapso de sol. Sin duda, lo mejor de la ciudad es aquello que se escapa a los dominios del hombre.
Mención aparte, destacar que por la calle no hay canes, que la televisión es pésima y que unido a lo temprano del acostarse, Gran Bretaña debería ser el país con el índice de natalidad más elevado del mundo.

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