martes, 22 de junio de 2010

Con mucho esfuerzo

En un gimnasio hay dos grupos de personas: Primero, las más numerosas. Los que van por pura estética. Segundo, los minoritarios. Representados por los que asisten por necesidad para realizar algún tipo de rehabilitación.
Centrándonos en la segunda categoría, que no tiene por qué ser peor, ni, tan siquiera, menos ideal pero sí el triple de meritoria; hay más de un protagonista que se merece, por lo menos, una ligera referencia.
Primeramente está el hombre que debe rondar los treinta y cinco años. Moreno. Ojos claros. El rapado en su flequillo roza la perfección. Todos los días que nos cruzamos lleva una mochila bien ceñida a la espalda, y que, por cierto, también permanece junto a él cuando no está en el centro deportivo. Por desgracia nació con un problema de cadera. Dicha minusvalía le permite caminar con bastante dificultad. Tanto esfuerzo le cuesta, que algunas mañanas le he visto reposando cerca de los arbustos tras cruzar una calle o, llanamente, parado en mitad de la acera observando los árboles o edificios. Ve el aire.
Su tara física le obliga a hacer un movimiento circular y forzado de la espalda en cada paso, que, por si fuera poco, le somete al brazo izquierdo a levantarse de un modo brusco, repentino y arrítmico.
Un día se encontraba animoso y sacó una conversación deportiva. En otra ocasión, fui yo quien le intentó sonsacar la palabra, pero no estuvo por la labor aquella vez.
Es el único compañero que utiliza la plataforma motorizada que instalaron en las escaleras. Una herramienta tan necesaria como desesperadamente lenta. Ya le tiene que incomodar la molestia para que el discapacitado escoja el improvisado ascensor, que sacaría de quicio a cualquiera. Lo mismo tiene distintas velocidades y la requerida es la preferida por él.
El siguiente hombre se podría afirmar que le dobla en edad. De ahí su calva monacal y sus canas. Ataviado, en más de una ocasión, con gafas de sol a lo aviador y de una gorra, este abonado tiene otro problema en el aparato locomotor. Juraría que ha sufrido una parálisis en mitad de su cuerpo. Su óbice no le impide subirse a la cinta de correr y permanecer largo rato sobre ella. También he observado que utiliza las máquinas de pesas y que siempre suele hacer los ejercicios con los ojos cerrados. En Japón está muy extendido en los ciudadanos que van en tren actuar en semejanza. Es un acto para conseguir distanciarse del apelmazamiento que hay en cada vagón y conseguir algo de intimidad. Dudo si él lo hace para huir mentalmente de su actividad o para concentrarse mejor.
Tal para cual. Son portada y contraportada de la misma novela. A ambos los considero los mejores deportistas de allí. Otros, quizás, acudan porque no tengan ninguna otra ocupación remunerada.

1 comentario:

Ruben Barroso dijo...

Hoy he estado hablando con el primero sobre el partido de la selección contra Honduras y del gol de Villa.