domingo, 27 de junio de 2010

Ley de Murphy

Aquella tarde hizo un calor infernal. El mercurio de los termómetros rebasó sobre las tres de la tarde los 40 Cº de temperatura. Pasadas doce horas la situación había cambiado considerablemente. Con un silencio de sepultura el cielo nocturno había comenzado a cubrirse con un manto de nubes, ocultando, así, las estrellas. Era una tormenta de verano con sus culebrillas eléctricas en todo lo alto, su ausencia de frío y trueno, las ventiscas cálidas y el relampagueo constante.
Zacarías iba conduciendo cuando la rueda delantera derecha cogió algún resto puntiagudo en el asfalto y pinchó el neumático.
El conductor nunca había pasado por una situación así, pero, contrariamente, siempre esperaba que tarde o temprano le fuera a suceder. Para mayor sinceridad, reconoció en su fuero interno que el contratiempo le venía hasta bien, porque venía dando cabezadas. La noche anterior no pegó ojo por el insomnio. Bueno, pensándolo bien no sabía con certeza cúal fue la última vez que pudo dormir más de tres horas seguidas, ahora que el sofoco nocturno de Agosto era un buen acicate para los males del sueño.
Un refusilo enorme llenó de claridad la noche. Poco a poco comenzó a llover.
Zacarías ya había ido presto al maletero y tenía listos el gato hidráulico y la rueda de repuesto. Ahora el agua apretaba con ganas. El inexperto mecánico palpó la zona donde debía ir el gato; previamente había aflojado las cinco tuercas. Una vez colocada la herramienta procedió a elevar el automóvil. Con la rueda de repuesto bien posicionada iba a proceder a asegurarla. Miró a la calzada. No venía nadie. Sólo de vez en cuando le alcanzaba una de las nubes de vapor, que emanaban de la carretera, generadas por el contraste calor-frío, y que conseguía erizarle el bello. De pronto otro rayo magnánimo lo iluminó todo con la contrariedad de que dejó sin corriente eléctrica al alumbrado naranja de la carretera. La oscuridad dominaba el ambiente. La intensidad pluvial había disminuido. A lo lejos se escuchaba el mugir de unas vacas que se habían desperezado y ahora eran presas del miedo. El sonámbulo sabía, por cuenta propia, que, quizás, los animales de la vaquería ya no lograrían dormirse hasta los momentos previos a la llegada del alba.
Debía de darse prisa en acabar con la reparación. Estar a oscuras ahí era una mala idea. Y más si la imaginación y el no dormir te hacían ver figuras y formas donde era, más que probable, que no hubiera nada. Con la rueda dañada ya en el maletero se dispuso a continuar su camino. La luz anaranjada se fue restableciendo, lentamente, en cada farola. No le importaba el no haberse limpiado la grasa y el aceite de las manos con tal de llegar a su destino.
Lo que Zacarías no sabía era que de no haber pinchado se habría quedado dormido al volante y no hubiera llegado nunca. A veces, la ley de Murphy está sujeta a otro tipo de leyes.

1 comentario:

Werra dijo...

Hola Dani, con esta es la tercera vez que te escribo este comentario, y el asqueroso chino no lo muestra, pero hasta que no salga, yo duro como una piedra, este jodido chino no puede conmigo, no te jode...
Muy bueno, con este toque de naturalidad que trasmites y que te hace parecer ser tú, el que está cambiando la puta rueda bajo la tormenta.
Reconocería que es tuyo sin ver el nombre. Un abrazo; Florín.