lunes, 21 de junio de 2010

Ocultos

Al principio no era así. Todo hombre o mujer llega a una edad donde reconoce a las personas descarriladas aproximándose desde mucha distancia. Esta intuición se desarrolla de manera magnánima si se ha vivido en un barrio difícil o si se ha llevado una vida malograda y sufrida. Ninguno de esos supuestos es mi caso, pero tampoco hace falta ser un chamán para vislumbrar la situación de los dos protagonistas que describo a continuación.
Con asiduidad suelen estar en el mismo sitio los fines de semana. Se sientan bajo unas escaleras de la parte trasera de un centro comercial cada vez menos transitado, las cuales dibujan un ángulo agudo sobre sus cabezas. Como el tejado a dos aguas de un confortable ático. Sin embargo, su techo escalonado está muy sucio por la ausencia del servicio de limpieza y despide un desagradable hedor a orín. La mujer coloca una toalla debajo de ella para no mancharse mientras devora un bocadillo con agradecimiento: –Gracias. Está de puta madre –dice con un marcado acento del este europeo.
Va teñida de rubio. Esto se conoce porque las cejas las ha dejado morenas. Paso junto a la escena sin querer oir pero escuchando. Les veo, pero da la sensación de que ellos a mí no o les importa poco la presencia de cualquier transeúnte. ¿Entonces por qué permanecen allí casi escondidos con el agradable parque que tienen tan cerca, repleto de bancos y verdor? La fémina, pálida y con ese tipo de delgadeces que no sientan bien, creo que es una meretriz.
Por el contrario, él es más alto y robusto. Es uno de esos hombres que se complacen de su pandorga. Ligeramente engominado siempre lleva su collar y las sortijas intentando aparentar, lo que, tal vez, este obrero nunca consiga. Ascender de estatus social. Pienso, con demasiada suposición, que se dedica a la construcción por el moreno identificativo de su piel. La ostentosidad, de todos los defectos, es uno de los menos precavidos para un simple asalariado.
–Luego vengo, quedamos aquí –expresa el hombre con bastante seguridad en la voz.
Mientras tanto… ¿A dónde va a ir ella si da la sensación de que la pareja no tiene un sitio más íntimo?
Puede que esté casado. Eso parece. Que intenta dominar la situación con un modo subrepticio, a hurtadillas; sin mirar a los ojos del problema. Ella siempre habla algo más despacio que él con un tono más implorante que delicado.
Rara es la ocasión en la que junto a ella no hay un litro de cerveza. La conservación de su dentadura la delata. Está pidiendo una revisión ya o ya.
De no aderezar su rumbo la “casa” no será la mejor opción para resguardarse del invierno. Les una lo que les una.

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