martes, 15 de junio de 2010

Desasosiego

La obra de Rubén Barroso es tan sencilla como enigmática. En Inquietud se pueden apreciar los colores de un fauvista, bajo la inclusión, también, de formas y contornos en su arte figurativo. Sólo hay un plano o escena. Ésta está representada por una calavera antropomórfica cuyas dos oquedades oculares están justo al nivel de los ojos del espectador. Esta estrategia (hecha ex profeso o no) consigue involucrar al observador en la obra. La osamenta lo único que hace es mirar dentro de lo que cinematográficamente se conoce como primer plano y en el que sólo se muestra el rostro del protagonista.
El fondo está borroso escenificado por una mezcla violenta de negro sobre una base de rojo. La calavera conserva otra base blanca pero salpicada de unos colores suaves como son el verde, azul, naranja y gris, que, a su vez, se contraponen también al tono rojo que es el verdadero protagonista de toda la gama o paleta (en este caso cera).
En el dibujo de los contornos óseos hay que destacar la asimetría lograda. Sin duda un rasgo común de los seres humanos; consistente en que si nos dividiera un eje central enteramente, se apreciaría que las dos mitades corpóreas son distintas. Por otro lado, bien es cierto que hay un pequeño porcentaje de la población cuya simetría es más pareja a la de la inmensa mayoría (los que por cierto, algunos estudios, supongamos que rigurosos, sostienen que esa característica les genera más beneficios tanto en el mundo empresarial como en el terreno sexual).
Por último, con respecto a Inquietud, comentar la mayor carga subjetiva que soporta el cuadro. Si nos detenemos en la mandíbula parece como si se estuviera diluyendo. El tono dorado que la colorea podría indicar, incluso, que es como si fuera de arena. Rubén Barroso, quizás, pretenda expresarnos que la inquietud comienza a devorarnos por la boca, ya que sobre la frente o el hueso frontal descansan las ilusiones ante la seria amenaza de ser absorbidas por el negro. Para acabar con los colores resaltar que el autor coloca un verde en el hemisferio derecho (donde radican la intuición, la creatividad, el amor y la espiritualidad) y en el hemisferio izquierdo (lado más racional y calculador) lo ha definido con un frío azul y de un incisivo rojo que también se sitúa sobre el vacío de la nariz. Tanta violencia cromática recuerda, en menor medida y parangón, a Francis Bacon en su fin.
En su otra obra Presencias sigue presente su halo de misterio. En esta ocasión se aprecian unas siluetas humanas, sin orden aparente, ligeramente ladeadas hacia la parte superior izquierda del lienzo, cartulina, papel o cualquier soporte que haya utilizado. No tienen rostro. En su lugar tienen una serie de líneas zigzagueantes como si la masa estuviera hipnotiza o perdida.
Los colores son el rosa para las sombras. Esto indica que hay un foco de luz desde la zona superior derecha de la imagen, pero que no está incluido en la pintura. Este hecho genera una continuidad o progresión de la acción interna: la luz les viene por un lado y los personajes miran hacia otro. Para concluir, enfatizar que el color azul metálico es el verdadero impacto visual del cuadro. Un tono de connotaciones positivas (I´m feeling blue dicen los ingleses para referir que se encuentran bien), y que aquí el autor da un giro para convertirlo en un, cuando menos extraño, horror vacui, tal y como ya hizo Pablo Picasso en su periodo azul y muy apreciable en el caso de El guitarrista ciego.

2 comentarios:

Ruben Barroso dijo...

XD Joder, parezco hasta bueno con críticas como ésta. Es un elogio recibir este trato de un periodista y escritor. Te lo agradezco.

Recuérdame que te regale una de estas obras, que con gusto te ofrezco.

Daniel Atienza López dijo...

He comentado las mejores y más artísticas dentro de la gama. He añadido un toquecito, ahora, de objetividad en la parte de Francis Bacon, que es lógica. Pero sí, me han gustado. Es la verdad.