martes, 4 de mayo de 2010

Corridas sí... pero sin toros.

De un tiempo a esta parte, poco se ha hablado de Cristina Sánchez. Una de las pocas mujeres que “triunfó” en el mundo de los toros. No soy un entendido de esta práctica, llamada en algunas ocasiones deporte y en otras más sibaritas arte; es más, me decanto por antitaurino antes que seguidor. Pero en estos lares, lo poco que me ha captado la atención es esta diestra y otros aspectos dentro de un anatema como el acontecido.
Cristina Sánchez, fue tan valiente como inteligente. Conocedora de que si se quiere adquirir una igualdad de géneros en la sociedad española había que luchar y medirse en todas las arenas tanto deportivas como institucionales. Puestas así las cosas, decidió “entrometerse” en un mundo de hombres donde siempre declaró sentirse menospreciada; y eso que un astado descarna igual un cuerpo de sesenta y pocos kilos como uno de ochenta y muchos. Y con esas siguió a lo suyo, en su sueño, hasta que un día se retiró de la tauromaquia casi por la puerta de atrás. Rendida, abatida, con los brazos caídos y la frente mirando al suelo. Le quedaba más cuerda viendo que Ortega Cano agarra el capote todavía sonriendo mientras mira al tendido. Muchos seguidores desde entonces, seguro que duermen mejor pensando en que sólo ellos pueden practicar esa insana matanza sin precedentes y contemplarla por igual tanto en la grada de sol como en la de sombra... mientras haya sangre.
Todo esto viene porque parece que está surgiendo una sucesora para la olvidada Sánchez, una tal Conchi Ríos. Veremos cuanto tardan en cortarle los suministros a la nueva torera.
Los otros aspectos a comentar son la ocasión sorprendente en la que me andaba callejeando por el Puerto de Santa María, más perdido que encontrado, y en una de esas bordeé una esquina y ante mí apareció La Real Plaza de Toros. Aprecié la arquitectura tan colosal que se erguía en un ambiente tan marítimo y soleado. Tuve esa sensación de grandes tardes como cuando se pasa cerca de un estadio de fútbol, sea cual sea. Aquel edificio poco tenía que envidiar a Las Ventas madrileña o La Monumental de Barcelona. Otra idea no tardó en asaltarme: demasiado espectáculo para algo tan cruel y criminal.
Por casos como estos, es por lo que se deberían recordar cogidas como las de Islero (el toro que se llevó a Manolete). Están jugando con un modo tan funambulista que ponen en juego tanto la vida del animal como la del lidiador. Para colmo es el símbolo de referencia para otros países, que se piensan que aquí todos nos ponemos delante de un Miura como el que nace con el pan bajo el brazo. Por mucho que se hagan espectáculos humorísticos para desmitificar la tauromaquia, como pasaba con El bombero torero emitido por TVE1, donde salían enanos, que encima no dejaban bien visto su discapacidad física, no se debería seguir fomentando esa arriesgada práctica para los hombres y pavloviana hacia los morlacos de cuatro patas y a los de dos.
Como anécdota saco a la palestra el caso de Moraleja de Enmedio que cuando acaba la corrida se llevan (no sé si seguirán con la práctica) los toros para desollarlos y despedazarlos con la finalidad de ofrecerlo a los vecinos en una comida gratuita y estival. Basta con ver los rostros de los carniceros para saber que no se encuentran cómodos con lo que hacen. Nadie limpia el reguero que va manchando la carretera mientras se produce semejante despiece. No quiero formar parte de ello y las ruedas de mi vehículo creo que tampoco.

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