lunes, 24 de mayo de 2010

Despúes de la lluvia

Ayer, presenté el libro Después de la lluvia junto a otros dos autores por petición de la asociación de escritores La buena letra, de la que soy miembro. Había preparado una serie de cuestiones sobre la literatura que quise exponer de cara al público, y, aunque me salté alguna, otras no quedaron lo suficientemente claras, conseguí el propósito. No vino mucha gente. Para ser sinceros acudieron demasiado pocas. La media fue que de sesenta y dos invitaciones que mandé a través de una red social, tan sólo asistieron dos amigos. Mi familia se quedó en casa persuadida para que su presencia no me pusiera más nervioso durante el acto.
Ya en la presentación quedaron evidenciados varios hechos: Que los nervios hacen que se me seque la boca y tenga que paladear. El micrófono, que todo lo registra, lo transmite por muchos esfuerzos que haga uno en parecer sereno. Que la dinámica de la asociación es positiva. Que la literatura amateur no interesa a casi nadie y que, por lo tanto, los allí presentes no nos vamos a poder ganar la vida con ello.
Ahora bien, disfrute como un canijo criticando a las grandes estrellas del mundillo y, al final, regalé los dos ejemplares que llevé.
El próximo libro tendrá portada propia, formato de bolsillo y una temática tan enrevesada o más que el primerizo, para facilitar el rechazo generalizado de las editoriales.
En esas se me marchó el fin de semana. Entre que fui madurando el análisis a exponer por las mañanas y por las tardes, a falta de planes más sexis, se fueron pasando los tres días como uno.
Por otro lado, también, estoy a cuatro días de que me confirmen la asistencia a un curso de interpretación de textos en público. De ser así, puede que me enseñaran a remediar mis problemas de saliva. Ojalá, pero tiene toda la pinta a que sea improbable mi presencia en esa peculiar selección donde dan prioridad a las personas asalariadas. A los parados… que nos den.
Como anécdota me quedo con el aplauso que arranqué. Eso es mejor que ganar un premio literario. Aunque, no lo dije, pero con quince o dieciséis años obtuve uno de poesía juvenil aquí, en Moraleja de Enmedio. El don consistía en dos ejemplares del afamado Sthepen King. Sé que no estaba amañado por eso, por quien lo ganó.
Los pequeños detalles son los que ayudan a mantenerse en la línea adecuada. Sea como fuere ayer me sentí un poco protagonista. Que gustazo. Lo demás dejaré que se quede oculto por la patina de los quehaceres diarios. Resulta imperativo el poso de superación reinante que soporto... por mucho que siga escribiendo o hablando por un micrófono es como si uno se estuviera desplazando en círculos concéntricos sin posibilidad de avance.

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