sábado, 8 de mayo de 2010

A falta de...

Verano de 2006. Avenida Industria en la M-413 dirección Fuenlabrada a las tres y cuarto de la madrugada. Rogelio soportaba una plaga de llagas tan pertinaz que ya no le quedaba más Oraldine. En esas, decidió enjuagarse la boca con lo primero que tuvo a mano, Vodka. Tras echarlo en el lavabo, acompañado de alguna que otra lágrima, se dispuso para llevar a Carolina a su casa.
-Ponte algo por encima, al menos -dijo ella al ver cómo iba vestido su chico.
-Cosita, son las tantas como para cruzarme con alguien por la carretera.
Dicho y hecho. Se montan en el ZX y arrean hacia Fuenlabrada. Estaban a punto de llegar a su destino, cuando en la penúltima rotonda sale, de no sé dónde, una de esas lámparas amarillas radiactivas. Los picoletos.
Tras dar el alto a Rogelio le informan de que es un control de alcoholemia y de que toca soplar. No le dio ni tiempo a pensar en qué tipo de avispa nocturna trabajaba hasta esas horas para acometer con tan cruel picotazo, cuando el chico comenzó a temblar. Carolina estaba asustada también.
Rogelio sopló con todas su fuerzas esperándose lo peor, pero estaba más preocupado por parecer sobrio cuando el civil viera los resultados del test. Correcto. Los ojos del guardia mostraron asombro. Era imposible que el conductor estuviera despierto con ese elevado porcentaje etílico. Pero el novio ya se había percatado de que, por suerte, le había tocado el poli bueno. Así que no tardó en dar explicaciones para intentar salir del marrón.
-Mire agente, sé que por las pintas que llevo parezco un borracho, pero le aseguro que no he tomado nada y que lo único que he hecho ha sido enjuagarme la boca con alcohol para curarme las llagas –Dijo como el mejor guionista que se pudiera encontrar a esas horas.
El agente, concienzudamente, se mostró neutral al enfocarle las pupilas con la linterna y ver que, tal vez, podía estar en lo cierto.
-De acuerdo. Apague el contacto del vehículo y salga que le vamos a hacer unas pruebas.
Momento álgido. Todo o nada. Rogelio se armó del poco valor que le quedaba y salió a la carretera.
Zapatillas de estar por casa a cuadros, calzoncillos largos blancos con dibujitos, tirantes negros a lo abuelete y unos pelos, que daban más grima que su modélica indumentaria.
Mientras tanto el compañero diligente había acudido a contarle los hechos al poli malo que permanecía impasible dentro de su automóvil, viendo el panorama desde la oscuridad. Observando con cara de perro viejo, que se las sabe todas, como Rogelio estaba a punto de salir en You Tube. Pero nada, no pasó nadie, ni coche ni alma con quien comentar esta escena que yo estaba contemplando.
Entre tanto, ya habían informado al afectado de que tenía que esperar diez minutos para realizarle otra prueba desde un procesador intergaláctico que llevaban dentro del furgón. Algo parecido a la máquina de la verdad.
En ese intervalo Rogelio se paseaba nervioso en calzones a la vista de cualquiera. El poli bueno no las tenía todas consigo y de vez en cuando le lanzaba una de esas miradas al compañero en plan “nos la va a jugar”.
A los diez minutos; milagro. La nueva prueba daba cero coma cero. El mal trasnochado se metió presto en el ZX. Carolina le miraba expectante: -Bueno, ¿qué?
-La virgen; por los pelos –expresó liberado.
Que calor hizo aquello noche.

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