miércoles, 5 de mayo de 2010

El último legado de Ledger


Año: 2009.
Título original: El imaginario mundo del doctor Parnasus.
País: Reino Unido.
Guión: Terry Gilliam, Charles McKeown.
Música: Hermanos Danna.
Reparto: Christopher Plummer, Heath Ledger, Tom Waits, Lily Cole, Andrew Garfield, Verne Troyer, Mark Benton, Johnny Depp, Jude Law, Colin Farrell, Peter Stormare.

No es una gran película, pero sí que da la sensación de ser el largometraje más conseguido y mejor realizado de Terry Gilliam en los últimos años (no he visto Tideland). A la altura de Brazil o Las aventuras del Barón Munchausen. Ambas a apenas unos peldaños sobre El imaginario mundo del doctor Panrnasus.
La historia gira en torno a un doctor (Cristhoper Plummer) que pacta con el diablo, llamado Mr. Nick, la vida eterna, pero los dos amigos siempre andan apostando o bien para que el caído no se lleve a la hija del doctor o, por el contrario, para deshacerse del tramposo Tony, última caracterización del difunto Heath Ledger.
Por suerte, lo poco que conserva a sus espaldas este doctor es un poder mágico que traslada a cada persona a un mundo fantástico dependiendo de cómo sea la personalidad de cada visitante. La transición la logra en un espectáculo rodante que van ofreciendo en la época actual por Londres, pero que les reporta tan escuetos beneficios, que el particular circo ambulante da sólo para malvivir casi en la mendicidad.
Lucifer está encarnado por Tom Waits, que, para que se hagan una ligera idea, es el Joaquín Sabina de América. Un cantante de voz queda y quebrada, que lo mismo le da por cambiar los acordes de los temas en sus directos, dejando al público boquiabierto, como colaborar de forma notable en los largometrajes independientes de Jim Jarmush o de robarle el plano a Denzel Washington, sin inmutarse, en El libro de Eli . Un hombre tan polifacético como buen intérprete.
El montaje queda resuelto por la colaboración de Jhonny Deep, Jude Law y Colin Farrell (el mejor de los tres), que gracias a ellos no sólo ayudaron a que el director viera acabada una obra tan personal; también donaron una parte de la recaudación para que su hija Matilda Rose, de cinco años, pudiera acceder a ella una vez adquirida la mayoría de edad; puesto que el padre no tuvo tiempo de inscribirla en la herencia antes de morir.
Gilliam explica los cambios de actores por la fatídica ausencia de Ledger con el hecho de que tras el espejo los rostros de quien lo traspasa cambian, como bien se demuestra al principio con el alborotador. El error viene cuando entran otros personajes y no les ocurre lo mismo, sólo transmuta la cara de Tony. Otro desacierto es que la historia va perdiendo consistencia según se aproxima el tramo final. No sé si fue por la repentina muerte del actor principal o que la madeja no le daba más lana al autor estadounidense.
Por cierto, en el panorama cinematográfico puede que sea el mejor director para hacer la nueva versión de El Quijote. No creo que haya nadie más preparado para desarrollar en imágenes a un caballero tan especial como el de la triste figura. Esto se palpa en esas caracterizaciones de latón, chapa y chatarra tan frecuente en la filmografía del ex-Monty Python. Alguien que, por fortuna, elige con más gusto el reparto que sus camisas.

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