lunes, 3 de mayo de 2010

Un mal artista en peligro

Estoy en un teatro de cortinas negras y paredes oscuras. Los detalles pueden estar sacados con total seguridad del último recital en el que participé cuya decoración era casi calcada en la recreación. De pronto, caigo en la cuenta de que actúo en la obra y no me sé mi texto. Lo comento con una compañera. Le digo que ni lo he mirado, pero ella y otros compañeros, nadie es conocido pero todos me reconocen, confían en mis posibilidades y piensan que es la típica inseguridad momentánea de alguien que tiene un texto bien insertado en la memoria, como en los típicos momentos previos antes de un examen.
Insisto en que no lo he mirado y en mis ganas de irme de allí. Me retienen diciendo que ya vería como lo iba a hacer bien. Hay sonrisas mientras los demás miembros de la obra se visten en una sala situada a mi derecha, estando ya sobre el escenario. Llega el momento y me quedo en blanco. No tengo nervios; estoy algo incómodo pero pongo la expresión de “qué esperabais. Ya os lo decía”.
De pronto me marcho a otro lugar. La línea divisoria entre un sueño y otro es muy difusa y casi imposible de discernir. Me encuentro en un polígono industrial que reconozco en el acto. Paso cerca del lugar todos los días con mi vehículo. Veo el revestimiento de las estructuras en ladrillo visto y un concesionario que mi imaginación ha colocado ahí cuando, en realidad, está un par de kilómetros más allá en la acera del sentido contrario.
Creo, porque no miro, que el cielo está encapotado. Considero una posible ambigüedad consistente en que cuanto mejor tiempo hace fuera, peor es en el sueño y a la inversa… en invierno suelo ver con más claridad.
A mi lado está mi hermano, que pretende encontrar algo. Juraría que aparece con una ropa de color rojo, igual que su mono de trabajo. No queremos que nos vean. No recuerdo qué es lo que buscaba, pero si sé que le hablo en un tono persuasivo porque tengo cierta sensación de peligro. Propone una dirección o lugar y vamos corriendo. Veo charcos de agua por el suelo que hay que esforzarse para no pisar.
Luego hay un golpe en la ventana de la habitación y me despierto bruscamente. Siempre que ocurre esto pienso en el torpe pájaro que ha confundido el reflejo con parte del paisaje y en la lógica variedad cromática que refleja un cristal comparado con la realidad, aunque ellos, a veces, no lo perciban como tal. A los pocos segundos y suavemente, caigo en otro sueño, que ya no recuerdo.
La silueta de barro sobre el cristal confirma lo que sospechaba. Los sentidos engañan hasta cuando estamos despiertos.

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