miércoles, 26 de mayo de 2010

Lo que no tapa la muchedumbre

El Presidente del Gobierno estaba exponiendo sus ideas más brillantes (o las que le habían transmitido que dijera. Escritas en un folio a letra tamaño dieciséis) en un mitin público celebrado en una plaza del norte madrileño. Según ascendía el tono y la vehemencia del líder más frecuentes eran los aplausos cuando se detenía unos segundos por encima de lo previsto. Así eran los códigos invisibles en los actos retóricos y gubernamentales. Tampoco era descartable que hubiera un profesional encargado de comenzar a aplaudir para que luego fuera seguido por la mayoría de los asistentes.
Había alrededor de quinientas personas de todas las edades y razas. El acto se realizó poco después de ganar las elecciones generales con una victoria muy ajustada. En una de las ocasiones, donde ni el político hablaba ni sus fervientes seguidores le premiaban con sus sonoras palmadas, se produjo un peculiar sonido indecoroso. Alguien se peía rocambolescamente. Mariano Rajoy se hizo el sueco y prosiguió con su acalorado discurso. A los pocos minutos regresa la presencia de entre dos rocas muy feroces sale un hombre dando voces de un modo más estrepitoso, pero con la variable de estar entrecortado cual metralleta en pleno fuego. En esta ocasión todos los que estaban próximos a la persona afectada se malhumoraron y hubo, incluso, gente que se marchó de su lado meneando la cabeza mostrando su disconformidad.
Ella lo achacó a que se había puesto perdida de vainilla por el helado en cucurucho que estaba comiendo con precaución de no mancharse. El nieto de la mujer, bastante soflamado, se le acercó a la oreja para decirle, haciendo, previamente, un hueco con sus manos para que le oyeran lo menos posible, que se subiera el sonotone. La abuela, desconcertada, no sabía por qué la estaban mirando tanto. Una vez corregido su volumen, el político continuó expresándose y la anciana siguió devorando el helado con cuidado de no ensuciarse su blusa nueva.

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