domingo, 16 de mayo de 2010

Dolor de muelas o apetencias...

Cómo es posible recordar frases y hechos de amigos que ocurrieron hace ya demasiado tiempo. Están ahí, en el cerebro, como nubes arrastradas por una brisa tan misteriosa como evanescente. No debe ser sano tener semejante volumen de recuerdos aquí arriba. Para colmo cuando me asalta alguno y lo comento al protagonista o afectado directo en la mayoría de ocasiones no sabe de qué le hablo.
-Si Virginia. Cuando te ocurrió tal tal tal... Y ella desliza exteriormente la mandíbula en señal de duda o vacío. Entonces me frustro, porque inquieta el origen de algo en la masa encefálica, mientras que en otros es menos indigesta, por decirlo así. Y si no está tan presente en ellos qué es lo que abarcan en la sesera. Imagino que otros recuerdos. Que los míos no sean correspondidos por un destinatario hace sentirme… diferente. Ojalá hubiera un procedimiento para formatear tu base de datos orgánica. Si la de los demás no tiene memorizados tantos detalles, probablemente esté más preparada para almacenar o trabajar otra serie de acciones con mejores resultados y pingües beneficios.
Además, padezco cefaleas desde que era niño.
Estoy seguro que no tendrá relación posible, pero las últimas tres semanas han sido especialmente duras por el dolor. Comenzó el 19 de abril. Recuerdo (ven) la fecha porque hubo una oferta de pizzas a tres euros; era lunes. Con esas, fui a dar un mordisco cuando la muela empastada me dolió. Una sensación intensa presagiaba que el monstruo se había despertado.
A los pocos días de aquello comenzó a asaltar repentinamente un dolor craneal poco focalizado, sin saber de dónde surgía. Acudí al médico de cabecera y los resultados sanguíneos fueron óptimos. El mal era más acuciante hasta que decidí acudir al hospital. Tras tres horas… picotazo en el trasero, analgésico en vena a tropel. Aquello me estabilizó durante dos o tres días. Luego el quejido regresó. Pero en esta ocasión ya sabía que emanaba desde la mandíbula superior izquierda; la muela empastada. Acudí al dentista y la limó un poco. Dijo que podía ser por el estrés o por la fricción tensionar durante el sueño. Nada de nada. En cambio, este dentista era mejor comparado con la otra que generó o descubrió mi (¿leve?) problema meses ha. La noche previa a la consulta no dormí por el erre que erre. Lejos de mostrar cierto respeto al insomnio (producido por un programa sensacionalista de TVE al emitir la noticia de que había un pueblo español donde los vecinos perdían el sueño sucesivamente hasta morir. Y yo en una ocasión, por motivos que no vienen a cuento, estuve tres días sin acariciar la almohada) me alegré de la cantidad de libros que me quedaban pendientes.
Hace poco estuve en el neurólogo y me hizo todo tipo de preguntas para elaborar el historial. Cuando concluyó su singular inspección (cerrar ojos, abrirlos, sacar lengua, martillazo en la rodilla, palpación de pies…) realizó una pregunta sin la menor relación alguna: ¿Cómo te definirías?
Zanjé la prueba al expresar que esa respuesta poco tenía que ver con el dolor mandibular. Quizás, la doctora pretendía saber si lo que dolía era el alma, pero no. Así que recetó unas pastillas para aplacar la zona llamadas Lyrica. Qué literario. Qué mal se está cuando no se está. Por suerte, parece que remite. ¡Uff!

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