martes, 25 de mayo de 2010

Un gran protagonista

La tarde fue menos calurosa que la del sábado o domingo. Un descenso de las temperaturas que hoy se palpa de forma más acuciada; nube va, nube viene. Los de la caseta nos entreteníamos leyendo, escribiendo un relato de humor para que nos regalaran libros (escogí uno de Vladimir Nabokov) o pidiendo botellas de agua a los del Ayuntamiento.
En un lento transcurrir fue cayendo el sol hasta que apareció a nuestra espalda un hombre canoso, de buen talante y tranquilo, con unas gafas de montura negra y una barba también nívea. Por la voz me pareció un locutor. No. Era Forges. Le saludamos cordialmente con un apretón de manos y lo primero que suelta es lo penoso de la ausencia de gente en la Feria del Libro. Lo equipara a las procesiones de las ferias religiosas para con las vírgenes. Añade que ahí acuden tres millones y la plaza donde estábamos vacía. Expreso que es duro (por qué antes me callaba más lo que pensaba; con lo desapercibido que se pasa) y él me da la razón.
Prosigue criticando con facundia, simpatía y don de gentes, que habría que hacerle algo a los padres que llevan a los niños a los restaurantes y no paran de gritar y chillar. Otra de las perlas es que manifiesta una rigurosa opinión sobre los psicólogos infantiles (y puede que profesionales en general). Ésta no es otra que la de crear una religión para los padres y que sea aceptada por los hijos como sacerdotes.
Lo último de su visita a nuestra caseta (tal vez, visitara a todas pero como daba el pego del típico padre dominguero y familiar que lo tenía ya todo preparado…) fue la idea de crear un concurso de dibujantes cuyo premio es una dedicación personal del propio Forges. Esta aportación tenía la finalidad de descubrir futuros artistas o creativos.
Más tarde concedió una charla de hora y media en la misma sala donde yo había presentado el libro la tarde anterior. Ahí quedó más inmortalizado su humor puro y su desparpajo a través de sus chistes y anécdotas. Un profesional interesante que se atrevió con el consejo de que la vida hay que vivirla riéndose de sí mismo, porque sólo se puede tomar mal o muy mal… a bien, expresaba, no es lógico tomarlo.
Una vez abierto el turno de preguntas le formulé una sobre cuál era el límite del humor y respondió que hay una expresión latina conocida como animus iocandi que de cara a un juez tiene validez; demostrando que lo pretendido con una caricatura es hacer simple y llanamente humor.
Cuando salimos ya era casi de noche. El reloj marcaba más de las diez. Nunca es tan de día como en mayo, ya que junio es verano casi, y le quedan cuatro atardeceres prácticamente. Corrí presto para sacar el vehículo del garaje en el centro comercial. No vaya a ser que me hicieran otra gracia y no me hiciera reír.

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