sábado, 1 de mayo de 2010

La sutil línea entre la psicología y literatura


Jorge Bucay.
Cuentos para pensar
Madrid. Ediciones Bolsillo. Primera edición 2006.
192 pág. 7,50 euros.

No sabría cómo comentar un libro que recoge una recopilación de cuentos. Con toda seguridad deberían de analizarse por separado, pero ni con esas podría cumplir la tarea.
Cuentos para pensar es una obra de Jorge Bucay, que tiene mucho de literatura para adultos y poco, o nada, dedicado a un público infantil. Cierto es que hay un par de relatos que tienen a los niños como protagonistas, pero ahí se queda su inexistente target.
La narración es amena a través de un lenguaje sencillo, que, como mencionaba en el campo de la literatura, el autor es más escritor en el ejemplar que psicólogo.
Dentro de estos rasgos positivos es muy latente un espacio interior o “sabiduría trabajada” en todos y cada uno de los protagonistas de los cuentos o en la parábola, comparación o metáfora, con las que el escritor suele cerrar cada microrrelato. El tamaño y el interlineado de la tipografía se modifica según la longitud de los textos. Esta diversidad de caracteres empaña la legibilidad al desconcertar al lector, que ve cómo la visualización de una posible continuidad visual se desvanece al pasar las páginas.
A parte de ese pequeño, casi insignificante, error, al libro se le puede achacar poco más. Por destacar, expongo tres de los cuentos que más me han gustado: El del hombre que viaja a un país lejano y extraordinario y al llegar observa que en una pequeña colina hay multitud de tumbas donde pone la edad de los fallecidos; once años, ocho meses y tres días, cinco años, un mes y nueve días (también pone las horas y los minutos) así sucesivamente. Entonces otro hombre le ve afligido y le explica que las tumbas no son de niños, sino de la suma real de todos los momentos en los que ese humano ha sido feliz a lo largo de su vida. El segundo es de los más cortos y habla del amor. La estructura es básica consistente en la repetición de un pronombre y un verbo. Te observo, te miro, te hablo, te conozco, así hasta que el vínculo entre los dos personajes (sin identificar) se hace tan estrecho y obsesivo que la afirmación concluye en pregunta ¿te quiero?
El último es de unos niños que se salvan de un incendio sin saber cómo el hermano mayor ha tenido la valentía y el coraje de romper una ventana, coger al hermano, ir por la barandilla y salir ilesos. El jefe de los bomberos (aquí se ve esa sabiduría que impregna todo el libro y que en esta ocasión, y en otras precedentes, es encarnada por un hombre mayor y curtido) afirma que lo han logrado porque no había adultos que les persuadieran ni avisaran del peligro que corrían.
Pero habría más: el del hombre que se mutila por conquistar a una mujer y al hacerlo de ipso facto pierde todo el encanto para ella, porque le quería con la oreja, el brazo y la pierna o el de los pozos que aprenden a crecer hacia el fondo en vez de a lo ancho y así encuentran agua y de ese modo hayan el lenguaje secreto e íntimo de los que aprenden a expandirse hacía su interior.
Un libro entretenido, ligero y de lectura intempestiva, que podría tener suficiente trascendencia, como tienen las conclusiones de cada texto en Cuentos para pensar, para que ese menguante núcleo escéptico de la sociedad deje de ver a los profesionales de la mente como meros loqueros, en vez de considerarlos como simples guías o consejeros de una mente humana tan entrincada como la contemporánea.

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