sábado, 24 de julio de 2010

Eva entre estaciones

Paso a su consulta. Nunca sé si darla dos besos o saludarla sin más. Dejo que sea ella quien lo decida; según actúe. Su sala es pequeña. Las paredes están pintadas en un amarillo suave que dota al habitáculo de una sensación confortable. En la pared hay una serie de cuadros, pero suelo detenerme en uno, el que más me gusta, y me pregunto: “¿Será de Klee?”.
La mesa está abarrotada pero bien distribuida. Tras las carpetas de informes hay un paquete de pañuelos marca Carrefour y una cajita de bombones, comprada, seguramente, en el mismo centro comercial.
Eva tiene los ojos azules, el pelo castaño, buen tipo y rondará los treinta y nueve. Me la imagino casada y madre de, cuando menos, una niña que crece bajo la comedida protección de una madre cálida.
No es que la haga de reír es que, en ocasiones, los sucesos o razonamientos que cuento le producen gracia. Hubo una ocasión en la que, de pronto, el ambiente se hizo tan distendido que se sentó en su sillón colocando un pie bajo la otra rodilla.
Recuerdo la necesidad imperiosa de acercarme a ella hace un año y medio en el hospital, tal y como un tropezado intenta sujetarse a cualquier rama prominente del precipicio. Por suerte mi filosofía va ganando, poco a poco, perímetro a su psicología.
Otras veces la llaman al teléfono corporativo y lo atiende presto para volver a retomar las conversaciones. Siempre se disculpa por ello. Sabe que no tiene porqué. Conserva cierta apariencia jovial, proveniente de la infancia construida sobre unos cimientos sólidos. Qué incómodo es cuando le conocen demasiado a uno y se desconoce tanto a la otra persona.
Su azul puede transformarse presto en un destello frío con la intención de rasgar el biombo, que coloco entremedias, muy de vez en cuando, y sin percatarme de la existencia abrupta de tal mampara.
Ya no llevo nada preparado. Arranco, sin más, desde lo primero que se cruce por el pensamiento. A mi izquierda hay otra silla azul desocupada. Tal vez la mayoría prefieran no estar tan de frente a Eva, expuestos a su catalejo, y sea la que usen. Yo sí.
Más tarde concluye la visita. Ella conforme de que continuo bien y yo satisfecho de ser un paciente de poco jaleo.
Volveré dentro de tres meses cuando cualquier pantalón releve al vestido colorista que llevaba la última vez y, para entonces, ya será otoño. Tal vez le cuente que este verano ha sido el segundo consecutivo sin ver el mar. Ella responderá quitando plomo al asunto y sacaré temas ligeros, que no toquen tierra.

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