viernes, 2 de julio de 2010

Un maníaco en busca de otro

Titulo original: El juramento.
Año: 2001.
Director: Sean Penn.
Guión: Jerzy Kromolowski & Mary Olson-Kromolowski; basado en el libro de Friedrich Dürrenmatt.
Música: Hans Zimmer.
Intérpretes: Jack Nicholson, Aaron Eckhart, Benicio del Toro, Robin Wright Penn, Mickey Rourke, Sam Shepard, Vansesa Redgrave...
País: Estados Unidos.

Las estrellas masculinas más influyentes de Hollywood se ramifican en tres agrupaciones: Uno. Los latinoamericanos Robert de Niro, Al Pacino más Dustin Hoffman, que no es como tal pero en calidad les anda a la zaga. Dos. Ya sin Dennis Hooper se encuentran los nativos y hedonistas como Peter Fonda o Jack Nicholson. Tercero. El flanco de relevo una vez dejen el oficio unos y otros (aunque dejar de actuar es impropio sea cual sea el confeccionamiento del largometraje) y aquí disponen de Tom Hanks, Sean Penn, George Clooney (y ¿Tom Cruise?).
El juramento no sólo cuenta con la intervención de dos actores de estas listas, sino que, incluso, los intérpretes secundarios adornan tan notablemente el resultado final de la cinta que no se le puede encontrar ni un mínimo descosido al guión del metraje.
En 2001 Sean Penn decidió trincar otra vez la batuta de director y se rodeó de los mejores. Una muestra del poder empresarial que ostenta cualquiera de los diez hombres que se nombraban en el primer párrafo.
A toro pasado, concretamente nueve años, ya se dejaban ver los típicos elementos de su escueta pero contundente filmografía: el poder de la unión familiar, la soledad, la búsqueda de la verdad…
El largometraje tiene tintes de suspense en su primera parte, hasta cuando el implacable Benicio Del Toro se suicida ante la presión judicial (un actor tan convincente que puede salvar bazofias como la nueva versión de El hombre lobo) y de drama en la segunda mitad, momento en que el detective Black (Nicholson) se ausenta a otra localización para cambiar de vida, cuando lo que en verdad está materializando es una búsqueda encarnizada del asesino en serie.
El juramento es grandiosa porque cuenta una historia de un perdedor que se mantiene en sus trece hasta el final y que no logra descubrir la identidad del criminal por una jugada del destino. De ese modo el protagonista acaba peor que el antagonista.
Al espectador, una vez finalizado el visionado, pueden generársele ideas complejas como que para atrapar a monstruos de esa calaña hagan falta policías maquiavélicos o de que de haberse producido una resolución fructífera de cara a la conclusión del desenlace, tal vez, al detective Black se le hubiera tenido como un héroe y no como un fracasado.
En técnica mencionar que los planos están muy bien escenificados, que la fotografía dota al relato, que a veces parece lento, de frescura y tránsito. Y de la música sobra escribir nada porque la partitura es de Hans Zimmer. Uno de los pesos pesados en cuanto a bandas sonoras se refiere.
Para finalizar advertir del sabor agrio que deja su final y de Jack Nicholson… pues eso; que cuaja una de sus mejores intervenciones (ver sus ojos al final). Un excelente producto, que puede pecar de incluir clichés, pero que demuestra la materialización de la solvencia haciendo añicos los melosos, y en ocasiones banales, Happy endings (los finales felices que la industría cinematográfica americana comenzó a exportar).

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