domingo, 18 de julio de 2010

Viejas costumbres

Ya se ha hecho firme. Paco González pasará a formar parte de la plantilla de COPE. El ex de la SER, ha declarado que va a trabajar en dicho grupo, porque ya no está Federico Jiménez Losantos. El aludido no ha tardado mucho en reconocer que le estaban buscando con carnaza y, como en él es habitual, ha acusado en esRadio, que a la COPE está “entrando gentuza” (no sé cómo será su espejo), y que el antiguo director de El Carrusel será “el Dioni de las ondas”. Siempre me ha resultado deleznable el exponente que realiza una crítica ad hominem en vez de a sus hechos. Más que nada porque evidencian la falta de rigor y unos argumentos convincentes donde apoyarse.
Como al acusador le parecía poco también dijo que el nuevo periodista de la cadena episcopal va a cobrar de las ganancias que él generó allí hasta que el año pasado se puso punto y final a su vínculo.
Bien, no sé si estos cruces de pellizcos continuarán, pero Paco González haría mal en dejarse calentar por alguien que parece vivir con la única finalidad de destruir al prójimo. Y es que no hay nada peor, en el mundo laboral, que toparse con un forofo empresarial. Cuando lo conveniente es que el empleado no pierda su horizonte a favor de la empresa para la que trabaja. Debe haber una cierta independencia.
Lo narrado hasta ahora demuestra cuál es un caso y quién el otro.
También era impensable que Paco González acabara en los competidores directos de PRISA, pero carambolas más enrevesadas se han visto.
Considero que un profesional puede desarrollar una labor autónoma con respecto a la ideología del medio y más cuando hay una cláusula de conciencia, que en los mejores casos puede resultar como algo donde mantenerse a flote en la deriva. Mantengo esto, también, para la prensa del corazón; aunque no sea prensa como tal.
Ahora, lo de escuchar el ángelus a las doce de la mañana es toda una experiencia, que se puede antojar retrógrada.
Y concluyo apelando a la generosidad y el sentido común (el menos común de todos los sentidos) como principios para contrarrestar el egocentrismo de un tal y un cual. Por mucho que una de las dos personas aquí nombradas fuera profesor de literatura y hubiera momentos en los que podía llegar a pensar, que cuando él hablaba a través de un micrófono movía a las masas, no le otorga el derecho a zaherir, poniendo en jaque los límites de la libertad de expresión.
Esto tiene toda la apariencia del comienzo de una guerra abierta que se irá filtrando, levemente, hacia la opinión pública. Algo visto en innumerables ocasiones. Hasta que, como tantas otras veces, el río vaya disminuyendo su caudal y más en cuestiones de tan poca prioridad, como es el caso.

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