miércoles, 7 de julio de 2010

Bochorno

Menuda trifulca había en la recepción del ambulatorio. La madre de una paciente alzaba la voz sin miedo a que todos, los allí presentes, nos enterásemos de que su médico era una incompetente. Quería otra… y ya mismo. Mientras tanto un hombre se acercaba a la ventana de consultas y una mujer le recriminó la acción manifestando que había más gente antes y que tal hecho merecía su respeto. Entre tanto la hija de la madre exaltada aprovechaba para hacer algún que otro comentario con la única finalidad de avivar más las ascuas. Era morena, alta, con gafas de sol a lo Kurt Kobain y atractiva. Una pena. Las trabajadoras de la Seguridad Social intentaban mantener la calma ante tan acalorado asedio.
Me alejé de las disputas verbales y me adentro en la sala de espera. Al rato llegaba una indeseable, de las típicas personas intratables, y que la mayoría de sus cualidades y defectos deberían comenzar por in. Para afinar más, era una de las plañideras del jaleo anterior, a la que el propio médico le había aclarado que llegaba ella una hora y media después de su cita.
A los cinco minutos vino otra paciente de la misma edad que la maleducada (sería genial que me pagaran por exterminar a los desagradables incomprensivos y energúmenos ya que no encuentro trabajo. Lo haría por unos… veinte euros. Es una idea sin fundamento. Tiene pena de cárcel. Lástima). La malévola llevaba el pelo rapado a cepillo, un par de pendientes en cada oreja, un cuello corto, musculoso y rígido, más varios tatuajes pequeños, descoloridos y feos. Hasta ahí bueno, pero no sabría qué decir de los pantalones piratas blancos acompañados de esa mancha a la altura del trasero. A saber lo que transportaba en su carrito de la compra. Lo mismo se trataba de Goma-2.
Me encuentro ante un caso modélico en los que el quejica es quien más tiene que callar. Aunque sólo sea por el sentido del ridículo. Pues la especie de teniente O´neill, con metro y medio de estatura, comienza a interrogar a la recién llegada. Cuando finalmente obtiene el dato perseguido, intenta persuadirla para que sea el médico de cabecera el que le renueve las recetas y no en la consulta de ahora. Vamos, que pretendía echarla de allí para que pasara ella antes cuando la despreocupada no sabía ni a qué hora tenía la consulta ese día. Qué desastre. Vergonzoso. Encima no sólo formuló el cuestionario a la nueva visitante, sino a todos los que esperaban en la sala. Vaya pécora.
Al marcharse se despidió, pero no la saludó nadie, sólo otra mujer que había llegado en ese instante y no había sido testigo de su comportamiento antropofágico. No la dijo adiós ni el hombre con barba canosa y calzado deportivo; uno de los individuos con más calma y paciencia, de los que no se inmutan cuando entran a la consulta gente que llega con posterioridad a él; mientras le queden letras por consumir del arrugado periódico. Sería el ejemplo a seguir; de todos modos con tanto calor la gente no descansa correctamente y la falta de sueño es más acuciante que la de sexo.
Con el sol salen las bellezas y los adefesios. No es por ser tajante ni radical. También comparto la idea de que las bellas son así aunque vistan con muchas capas de ropa y que los monstruos seguirán prefiriendo intentar engullir a personas en vez de galletas, como se reflejaba en la infancia; por mucho frío que haga.

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