jueves, 29 de julio de 2010

Dos muertes

Se oye por ahí que si sueñas con que se muere alguien alargas la vida de esa persona. También que un cigarro la acorta diez minutos y de que una carcajada la aumenta diez más (esto se resolvería con el siguiente modus operandi: pitillo-risotada-pitillo-risotada… así hasta quedar satisfecho).
Anoche feneció mi madre dentro de las ensoñaciones. Las circunstancias eran que como ese día había tenido un acto de reconciliación con la empresa, pues mi imaginación prolongó su estado de crispación lo que degeneró en una muerte repentina por cabreo. Lo gracioso es que con dicho suceso mi abuela había decidido deshacerse de la vitrina de antigüedades del salón, que estaba repleta de objetos coleccionados por su hija. La sensación fue muy desagradable. Lo que la casa era sin mi madre, así parecía el salón sin ese mueble. Qué pared tan pálida y vacía, repleta de nada.
Otro detalle que me ha parecido curioso es el calor que hay en la escena ficticia. Un bochorno insoportable. En cierta ocasión noto como en el sueño (en realidad serían las seis de la mañana) me da el sol en un brazo como si fueran las dos de la tarde y en seguida lo muevo para no quemarme.
Por otro lado, y a escasos siete metros de donde yo duermo, mi abuela ha soñado que su hermana Carmen se moría también y que antes de ello estaban peleadas y como Catalina no le hablaba, su hermana pequeña le sobornaba introduciéndole dinero y otros regalos en los bolsillos para mermar su malestar y conseguir una meritoria reconciliación.
Uno se despierta desorientado: angustiado por lo que ha creído vivir y contento porque no ha sido real.
¿No serán los sueños los verdaderos relojes para indicarnos lo rauda que se pasa la vida?

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