miércoles, 14 de julio de 2010

Reunión universitaria

Me ha venido bien reencontrarme con los compañeros de licenciatura. Apuesto un maxilar a que al comienzo de la carrera ninguno de los allí presentes pensaba que siete años más tarde de los cinco que hemos acudido habría sólo un periodista. En total dos ocupados y tres en desempleo. Si la cifra hubiera sido al contrario sería igual de incómoda.
Nos hemos puesto al día sobre nuestras vidas y un poco sobre otros ausentes. Ojalá nos viéramos más.
Mi nuevo credo no marcha mal. A veces se me escapa algo, pero sigo pensando que se puede vivir sin criticar, obviando las malas acciones o comentarios que le hagan a uno. No conozco ningún grupo en el que no haya un momento en que surja la típica plática. Criticar no es malo, porque se practica a menudo, y, además, siempre viene bien cuando se agota un tema, pero tampoco debe ser bueno.
La cuestión es un poco como el valor que atribuían los griegos clásicos cuando decían que tanto tumbarse como sentarse tenían la misma repercusión. Se entiende que en La República mantenían que el estar de píe era otra escala, porque ya se necesita de un ligero esfuerzo para ello.
Busco alejarme de lo que resultaba ya a mi pobre lengua, lo que el alquitrán al pulmón ¡Gracias a dios que por hablar de alguien no se muere uno!
Por cierto, también puede enaltecerse o reconocer las virtudes de fulano o mengano. Soy hombre; y nihil humanum. Aunque por desgracia pienso en tal expresión cuando salen a relucir las pasiones negativas.
Tras la dilación he comprobado, de nuevo, aunque no era la pepita dorada en el pajar, cómo puede florecer la planta de la amistad mientras haya un vínculo externo que lo genere: trabajo, curso, estudios, viajes…; si esos lazos se rompen la relación seguramente que se enfríe por el distanciamiento.
La anécdota, con desgracia, casi la protagonizo al sentarme en el peor sitio de la terraza. Era el lugar por donde pasaban los camareros con la bandeja a toda marcha. Pues en un momento casi me da la tarde uno de ellos al tropezarse y rozarme la cabeza con los vidrios de otras consumiciones. Me he reído al salvarme por los pelos.
El verdadero momentazo ha sido el de mi abuela. Que antes de acudir a la quedada he ido a llevarla a su casa y me ha preguntado el motivo por el que los coches llevan intermitentes. A su edad y preguntar eso. He asumido que su inevitable incultura pueda contribuir, en gran medida, a su felicidad. Va a ser verdad que cuanto menos sabes menores son tus preocupaciones.
Al igual que me resulta enigmático y sorprendente cómo ha podido llegar el hombre al espacio, para un astrofísico de la NASA, acostumbrado a solventar ecuaciones y a trabajar con grandes avances tecnológicos, lo verá anodino y, en tanto en cuanto, aburrido.
Desconozco si es más feliz el ingenuo o el necio. Creo que hay más de lo segundo en mí. Algo me hace sospechar que estoy sobre la pista de las bases que se deberían adquirir para ejercer la crítica… la autocrítica.
Tampoco se crean mucho la parrafada. Puede ser fruto de la animada lectura que requiere La conjura de los necios.

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