jueves, 15 de julio de 2010

Wild Men

Mad Men es una de esas series que no te deja indiferente cuando los cuarenta y cinco minutos del episodio llegan a su fin. Esa sensación de haber visionado algo especial es gracias a la idea inicial de “vamos a hacer las cosas bien”. Un principio desde el que parten todas las series, pero que muy pocas consiguen. Además se ha emitido la tercera temporada, por lo que ya es un producto consolidado.
Matthew Weiner, responsable directo de que la quinta temporada de Los Soprano recobrara oxígeno y de que la sexta fuera el colofón (análisis grosso modo ya que he visto capítulos dispares), es en ésta el creador y productor. Tanto la serie memorable como Mad Men van tan de la mano, que es HBO la que emite los contenidos en Sudamérica; convirtiendo así a la cadena en una marca ya de referencia en la industria audiovisual.
La cabecera, herramienta de la que nunca se debería prescindir por el primer contacto que genera en el espectador y porque resalta la imagen de marca, es sencilla, ligera y clara.
En cuanto al reparto, decir que gira en torno a Donald Francis (“Don” Draper), papel interpretado por Jon Hamm, un James Gandolfini menos talentoso, pero más guapo y estilizado para reflejar la imagen del americano triunfador. A pesar de ello las comparaciones entre ambas son casi nulas, porque la historia que se narra es diferente. Los demás actores no son muy conocidos pero están impecables en sus papeles, motivados, tal vez, por el buen hacer de Hamm. Me quedo con el trabajo que realiza Elisabeth Moss, como Peggy, la secretaria del jefe, con una caracterización de mujer recatada bajo unos ojos de femme fatale.
La serie cuenta principalmente cómo es el trabajo en una empresa de publicidad en el Nueva York de los años cincuenta. Secundariamente hay más temas implícitos como la vida personal de cada ejecutivo, el estado de sometimiento que sufren las mujeres en comparación con los hombres, y otros cabos que acaban por influir más en el peso del argumento de lo que a simple vista se muestra.
Los galardones cosechados, hasta el momento, son tres Globos de Oro y nueve estatuillas Emmy.
La ambientación está conseguida y las críticas mantienen que los hechos documentados que se recogen son fieles a lo que fue América por entonces (si es que se ha avanzado algo en ello).
Mad Men me gusta porque es una versión masculina sin caer en la infamia y en los temas insustanciales de Sexo en Nueva York y porque puede dar a entender que una empresa y la mafia se organicen y actúen con muchos puntos de apoyo por igual; sólo que a estos empresarios no les hace falta un arma para considerarles despiadados. Tiene mérito la deconstrucción que hace Draper del sueño americano y el amor desde el primer episodio, cuando al final te percatas de que él también es otro impostor. Gran toma inicial donde la cámara se sitúa tras el personaje principal como si la audiencia fuera a sentarse con él en el bar por una cita previa y Donald Draper llevara un rato esperando.
Sorprende que bajo esa reconstrucción pormenorizada de un pasado escenificada por Matthew Weiner, con todos los tintes de ser una reproducción clásica, haya un trasfondo más actual del que pensemos.

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