lunes, 26 de julio de 2010

Un agitador sereno

Regino, de treinta y pico años, estuvo en la cárcel; no pregunten a santo de qué. Ni lo sé, ni me importa. El caso es que estuvo allí. Aquello no lo convierte en bueno o malo. El bien y el mal, quizás, acaben por convertirse en conceptos sui generis si el caso en cuestión no llega al asesinato.
Hubo un tiempo, hace ya casi una década, donde el metabolismo le jugó una mala pasada y comenzó a engordar incontroladamente. Aun así daba largos paseos por la zona, acompañado de una vara o bastón improvisado para apoyarse. Un foráneo que se cruce con él por los caminos le tomará por un pastor vanguardista sin rebaño. En cuanto a la silueta parece que ha recuperado el trazo posterior. Su atuendo consiste en unas gafas de sol Arnette, de las que no se desprende ni cuando el invierno acontece con sus nubes. Cuando castiga el sol se ata un pañuelo sobre la cabeza rasurada; acción que contradice el hecho de ir sin camiseta. Otras veces va sólo acompañado de un botijo y otras de un amigo más mayor que disfruta del andar tanto, o más, que él.
Siempre saluda de un modo enérgico y vitalista como si llevara despierto desde las seis de la mañana.
Es el primo del alcalde y trabaja para los servicios públicos del Ayuntamiento. Tan pronto riega los árboles del paseo a Las Colinas, como pinta las señales de prohibición a las motos en la entrada de la piscina, como supervisa el césped artificial de las fuentes. Ante eso, no se puede hacer una crítica negativa al nepotismo, que puede ser contraproducente cuando la labor del empleado queda en entredicho.
La madre acertó de pleno en el nombre. Regino es el masculino de regina-ae: reina, princesa. Sólo que él lo ha reconvertido o adaptado hasta traducirlo por el significado de showman de cualquier cotarro o festividad.
En verdad, nunca le he visto conducir y de ser así lo mismo le daría por montarse sin zapatillas y cambiar las marchas descalzo. De todos modos creo que, vehículo y caminante no mezclarían bien. Serían güisqui y ginebra.
Fue el creador, entre otras innumerables proezas locales, de crear la palabra anaclan que sustituye a la originaría alacrán, escorpión. La expresó así en un arranque de espontaneidad.
Madridista hasta el espinazo solía llegar de los primeros en las celebraciones del equipo de su gloria a las fuentes, que, años más tarde, le encomendarían inspeccionar.
Ya no se distinguen, si son verídicas o no, las historias que circulan por el pueblo sobre él.
Este es el perfecto y dispar modelo del vecino polémico y respetado.

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