miércoles, 28 de abril de 2010

Amistades facinerosas

Lo observé detenidamente. El árbol necesitaba mi ayuda si quería seguir vivo. La hiedra, esa trepadora parásita, lo estaba sepultando bajo sus hojas vivaces y estranguladores troncos. Guardaba un gran cariño a esa especie natural de hojas compuestas, concretamente de las imparipinnadas. Así que me armé con una escalera y unas tijeras. En seguida estaba luchando, cortando aquí, tirando de allá, para liberar al árbol de esa incómoda bufanda que le estaba robando el oxígeno.
Mientras los potentes resortes de las tijeras ayudaban a amputar las ramas de la Araliácea, multitud de insectos huían despavoridos, ahuyentados ante el repentino ataque a su hábitat. Observé, con la frente ya algo empapada por el sudor, que la hiedra dispone en los troncos de una serie de filamentos para adherirse a su presa.
Cuando concluí la poda pensé en la comparación con cierto tipo de amistades o, mejor dicho, de compañías. Uno no puede desvincularse de ellas por una especie de extraña unión; sólo que en vez de filamentos para treparte está el teléfono, Internet y la proximidad. La enredadera amistosa se adentra en tu círculo social y en vez de convivir en buena armonía, da la sensación de que te los está substrayendo. Son de los que se invitan por ellos mismos a las reuniones que frecuentas, los que prueban tu coche nuevo sin pedirte permiso y los que no sabes cómo, pero, si nadie lo remedía, pueden acabar siendo la voz vikinga de tu boda. Se podría afirmar sin tapujos que estamos ante los típicos echaos pa´lante. Esos que te espetan, a las primeras de cambio, que cuando tú vas ellos ya están de vuelta…
A la mañana siguiente, observé como un pequeño nudo que no había podido liberar en la parte superior del tronco, sin ser todavía copa, había estirado una de sus ramas para intentar tocar tierra y seguir propagándose como un acné brutal en el rostro de un adolescente. Este penúltimo segmento vital fue el que corté con más satisfacción. En cuanto a la tipología de amistad definida con anterioridad, cabe menester que, de vez en cuando, uno se cerciore de que, de acuerdo, los dos vivís de oxígeno, luz solar, sales minerales y agua, pero no es excusa para abarcar todo el espacio vital de quien ofrece la mano. Eso ni está bien visto ni es saludable; sobre todo para el huésped filántropo. Aunque puede que el hecho de que esa hiedra haya ido tan paralela con tu vida sea culpa de uno mismo.
En fin, que todos los problemas sean de savia en vez de “se sabía”. Por cierto, el árbol ha recuperado la frondosidad y yo su reconfortante sombra.

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