jueves, 22 de abril de 2010

La feria marítima

Sé que estoy disfrutando de unas vacaciones. Me encuentro en una ciudad del litoral (probablemente levantino) español. El cielo está amenazantemente gris, muy oscuro. Parece que va a romper a llover, en cualquier momento. Pero no importa. Me siento cómodo (puede que esta sensación la generan las cálidas sábanas y mantas que me arropan en la cama).
Aunque no aparezcan en el sueño sé que he ido con la familia o los amigos. Observo una gran montaña rusa con raíles rojos. Decido montarme y pago cinco euros (curiosamente hoy he abierto mi cartera y el billete más alto, por no decir el único, era de esa cantidad). Lo inverosímil de la atracción de feria es su extremada sofisticación y que las vías se extienden por el cielo sin que haya vigas de acero que las sostengan firmes. Cuanto más sé que estoy rodeado de mar y nubes invernales más agradable es el sueño.
Ya montado, observo la gran cantidad de gente de mi edad (probablemente esta imagen perdure en mi subconsciente al pasar con mi vehículo cerca de toda la gente que hay en Fabrik, una discoteca próxima al lugar donde vivo) que aunque no conozco oigo a alguien hablarme sobre lo increíble que es esa monstruosa montaña rusa. Hay muchas carcajadas y risas. Chicas guapas. En general, un buen ambiente.
La atracción consiste en dos o tres grandes naves repletas de pasajeros hasta la extenuación. Tengo miedo de no encontrar sitio y que la maquinaria se ponga en marcha. Al final lo hallo y el viaje es demasiado lento y aburrido. Por lo visto, la finalidad de las naves es trasladarte a otra parte donde entra en juego el segundo entretenimiento. Desisto de un segundo viaje pero un chico insiste en que monte ya que se ha pagado. Accedo a quedarme. Noto el nerviosismo en el estómago. El segundo acto consiste en unas cápsulas individuales de cristal, que te aferran desde la cabeza hasta el codo y otro fragmento que te abarca desde los pies hasta la cadera. Aquí comienza la verdadera atracción. Lo malo es el notarme demasiado rígido, atrapado por la cabeza y los pies y demasiado liberado por el vientre y la espalda. Pienso en que va a haber problemas por lo inseguro de la extraña vagoneta ataúd de cristal. El viaje es peculiar. Cierro los ojos para sentir la gran potencia de arrastre y la suavidad de toda la maquinaria; tan imposible lo primero como lo segundo. En realidad, parecería más una nave de propulsión de la NASA. Lo más agradable es que es tanta la velocidad que es como si el paisaje y paisanaje parezcan ralentizarse, como si no hubiese movimiento. Es del todo desconocido qué más valores o indicios hay ocultos en este sueño. Bien es cierto, que antes no podía subirme a las atracciones por el mareo.

No hay comentarios: