lunes, 26 de abril de 2010

Puerto Hurraco... da el carpetazo.

La historia llega a su final. Se ha horcado el último asesino de la matanza de Puerto Hurraco. No quiero ni imaginar las posibles vejaciones a las que sería sometido… o tal vez vivía a cuerpo de rey y se aburría de tanto nada por hacer. Quizás no sea ni un extremo ni el otro, pero lo que queda transparente es el hecho de que no lo hizo para redimirse; ya que hasta en sus últimos días alegaba que no se arrepentía de lo ocurrido.
Al fin y al cabo, ha seguido el modelo Made in USA; ese que premia con la muerte a los que la cometen bajo el libre albedrio. Siempre me he declarado a favor de la pena de muerte ante el enfático reproche de que si empezamos con el ojo por ojo…
Pero no tiene por qué entrometerse ni mezclarse la religión en el código penal y si, éste último, en la religión cuando se generen crímenes de pederastia eclesiástica exclusivamente; puesto que, en cuanto se traspase la línea en supuestos más nimios, estaríamos suprimiendo la libertad.
De todos modos, las circunstancias que incitan a cometer un crimen son, en suma medida, inciertas e indefinibles ¿Se comete porque si? ¿Por desajuste mental? ¿Por estrés? En cierta ocasión vi en un documental sobre el asesino de la catana, que los locos no matan, los sanos sí. Una frase oscura y que no sabría decir si es acertada o no a falta de cualificación (dudo que haya alguien que lo sepa con certeza prusiana).
No hay una estabilidad total anímica porque es imposible su regularidad. Ahora, de ahí a pensar en la posibilidad de que los vecinos han quemado a tu madre, de que una vez se ha producido el incendio (no se supieron nunca sus causas) cuatro hermanos, los Izquierdo, lleguen a creer que un pueblo entero se ha aliado con los causantes de ese supuesto incendio premeditado y de que los hermanos mayores se liaran a tiros por las calles… hay más de criminalidad que de locura o de lo segundo más que lo primero; qué más da. El caso es que no tiene explicación esa ojeriza desmesurada que fue pasando de generación en generación como un veneno indisoluble avivado y alimentado por el odio más virulento e irracional. Tiene más paralelismo con el cine que con la propia realidad. Una realidad a años luz de esa España profunda casi de Transición. Ahora el paisanaje ha mutado. Los pueblos de por allí, Cáceres y demás, están siendo habitados por una gran vecindad de marroquíes. Imagino que perfectamente aclimatados a las altas temperaturas en verano, pero un tanto desorientados por la falta de mezquitas.
Escrito esto no deseo arengar la xenofobia. Trato de recordar a los nuevos habitantes que, con toda seguridad, han venido a mejorar su calidad de vida, que hasta en las localidades más autóctonas, más tranquilas, más alejadas del ajetreo urbano y de la competitividad empresarial, llega la neurona hostil, animal y asesina de la oscuridad humana.

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