domingo, 18 de abril de 2010

Seres diminutos

Erase una vez un libro secreto que acabaría extraviado dentro de un pozo, pero que, al menos, llegó a ser leído por una persona. Sólo soy el narrador omnisciente, así que no se confundan.
El ejemplar trataba la mitología griega y en él un pastor leyó que Prometeo modeló a los hombres en pequeñas figuras de barro. Más tarde, robó el fuego a los dioses para dárnoslo a nosotros. Así avanzaríamos en el porvenir. Lo inaudito del escrito es que también depositó hormigas sobre cada moldeación, que no tardaron en introducirse en la inmensa totalidad de los pequeños personajes terrosos y alojarse allí para siempre.
La función de esos insectos era muy simple. Debían recordarnos, en momentos muy puntuales, el hecho de estar vivos, de ser seres animados. El proceso consistía en devorarnos la moral cuando les era conveniente.
Así, ya en la actualidad, los percibimos de un modo latente. Se notan cuando vamos a realizar un examen, al sospechar que nos quieren despedir, cuando nos han insinuado que nos van a ascender, en el nacimiento de un hijo, cuando uno se lleva un buen susto o al darnos una mala noticia sin saber el momento de su materialización.
Las hormigas pueden hacer que te sientas activo, inquieto; en una mala jugada pueden soltarte el estómago con consecuencias delicadas si no se localiza un baño cercano. En casos extremos, los efectos secundarios se perciben casi como hostiles. De ese modo se puede paralizar una lengua, tartamudear, atragantarse con tu propia saliva o emular una voz tan aflautada como el personaje más donoso de Walt Disney.
Pero cuidado, dicen que el insecto y la paranoia van de la mano. Y aquí sí que es del todo incierto si estuvo antes el huevo o la gallina. ¿Primero fue la inseguridad y luego el miedo?
Si alguien busca la palabra “hormiga” en la Real Academia Española verá una serie de conceptos, cuando menos curiosos. Una definición habla del propio insecto. La segunda es misteriosa y habla de una enfermedad cutánea que causa comezón (¡Santo cielo, entonces salen desde el interior! Y ¿Quién mejor que ellas para provocarnos comezón carnal y moral?). Paralelamente habla de lo que es una comején; una termita americana y ya, por último, indica como el lenguaje ha adoptado esa palabra en el habla. De ese modo decir “Es una hormiguita de su casa” es estar diciendo que esa persona es laboriosa y ahorrativa. Al menos, también sustenta connotaciones de provecho.
En todo caso, los humanos somos muy extraños. Tantos años con nosotros y todavía no las controlamos. Siguen campando a sus anchas por el vientre. Apareciendo en los momentos donde más se requiere de nuestra viveza.

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