miércoles, 7 de abril de 2010

Fetén


Titulo: El apartamento.
Año: 1960.
País: Estados Unidos.
Director: Billy Wilder.
Guión: Billy Wilder e I.A.L Diamond.
Música: Adolph Deutsh.

Una obra maestra. Una joya. La mejor comedia romántica de la historia. Cualquier adjetivo sabe a poco a la hora de definir uno de los más destacados largometrajes de Billy Wilder. El apartamento aunó para la gran pantalla a dos actores principales de un quehacer sublime. Jack Lemmon interpreta al oficinista “Buddy” Buster que con su bondad kantiana pretende escalar en la empresa de una forma poco honrada como es el alquiler de su propio inmueble a otros compañeros (atención al gesto de perdedor, de tocar fondo, cuando se ve obligado a darle las llaves del apartamento al jefe. Puro don interpretativo). Por el contrario, Shirley McClaine, que para no ser una actriz muy guapa nunca ha estado más bella, se introduce en la piel de Fran Kubelik (Curioso que tenga un nombre de varón) y es la ascensorista del edificio donde trabaja “Buddy”. También con una bondad kantiana es la amante del jefe cuyo máximo deseo es el de convertirse en su esposa.
Como se puede apreciar dentro de una gran acción hay cierto fin de codicia, que no es ni positivo ni negativo; es bastante razonable (se podría decir que hasta lógico).
Hay mucho de Un, dos, tres (la película, no el famoso programa dirigido por Chicho Ibáñez Serrador) en El apartamento. Esto se palpa en esa empresa donde se trabaja a destajo y donde nadie se conoce entre sí. Aquel largometraje de Billy Wilder iba sobre la Coca-cola pero en este también es apreciable la mecanización y esa “mala” sombra que es el taylorismo y los índices de venta (más ajustado a la película).
Los personajes generan una inminente empatía con el espectador en los tramos cómicos y una honda sensibilidad en los lapsos de drama. Conseguir esto es sumamente complicado, pero el largometraje está muy bien medido para no decantarse demasiado por un género u otro (y eso que estamos hablando de lágrimas por un lado y de sonrisas en el otro. Nada compatibles).
El guión es sencillamente impresionante en sus diálogos como nos tiene acostumbrados Wilder (A mi gusto, mejor guionista que director. Alguien que utiliza un chiste conocido para insertarlo correctamente en el final de Con faldas y a lo loco no es un cualquiera). Sólo con eso, ya se tienen grandes posibilidades de confeccionar bien un producto audiovisual. Piensen como era Tarantino al comienzo y lo enrevesado de sus mensajes ahora.
La narración es fría y no deja un segundo para que asalte el aburrimiento. Es significante, y digno de mención, que contando tan poco se pueda decir tanto. Encima toda la gracia de la función radica en el hecho de que sus protagonistas se enamoren y no haya los típicos besos ni escenas de cama; lo que dota al largometraje de una dulzura fuera de lo común.
Buen ojo para estrenar una comedia en medio de la guerra fría que asolaba Estados Unidos en 1960. Sin duda, que el público salió narcotizado de la sala de cine, pensando, en los instantes mágicos que dura una película en la retina, que el mundo era un poco mejor.
De todos modos, son inconmensurables los tintes dramáticos de la cinta. Parece que a los protagonistas les haya invadido una sensación repentina de soledad, de pérdida y amargura.
Una obra filantrópica en sus medios y muy humana en su fin.

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